rara en el rio cuando llevaban a banar
los caballos de la diligencia, montado en uno de ellos.
--iMas adentro! iMas cerca de la presa, Martin!--le decia.
Y Martin, riendo, llevaba los caballos hasta la misma presa.
Algunas noches, Tellagorri, le llevo a Zalacain al cementerio.
--Esperame aqui un momento--le dijo.
--Bueno.
Al cabo de media hora, al volver por alli le pregunto:
--?Has tenido miedo, Martin?
--?Miedo de que?
--_iArrayua!_ Asi hay que ser--decia Tellagorri--. Hay que estar firmes,
siempre firmes.
CAPITULO III
LA REUNION DE LA POSADA DE ARCALE
La posada de Arcale estaba en la calle del castillo y hacia esquina al
callejon Oquerra. Del callejon se salia al portal de la Antigua;
hendidura estrecha y lobrega de la muralla que bajaba por una rampa en
zig-zag al camino real. La casa de Arcale era un caseron de piedra hasta
el primer piso, y lo demas de ladrillo, que dejaba ver sus vigas
cruzadas y ennegrecidas por la humedad. Era, al mismo tiempo, posada y
taberna con honores de club, pues alli por la noche se reunian varios
vecinos de la _calle_ y algunos campesinos a hablar y a discutir y los
domingos a emborracharse. El zaguan negro tenia un mostrador y un
armario repleto de vinos y licores; a un lado estaba la taberna, con
mesas de pino largas que podian levantarse y sujetarse a la pared, y en
el fondo la cocina. Arcale era un hombre grueso y activo, excosechero,
extratante de caballos y contrabandista. Tenia cuentas complicadas con
todo el mundo, administraba las diligencias, chalaneaba, gitaneaba, y
los dias de fiesta anadia a sus oficios el de cocinero. Siempre estaba
yendo y viniendo, hablando, gritando, rinendo a su mujer y a su hermano,
a los criados y a los pobres; no paraba nunca de hacer algo.
La tertulia de la noche en la taberna de Arcale la sostenian Tellagorri
y Pichia. Pichia, digno compinche de Tellagorri, le servia de contraste.
Tellagorri era flaco, Pichia gordo; Tellagorri vestia de obscuro,
Pichia, quiza para poner mas en evidencia su volumen, de claro;
Tellagorri pasaba por pobre, Pichia era rico; Tellagorri era liberal,
Pichia carlista; Tellagorri no pisaba la iglesia, Pichia estaba siempre
en ella, pero a pesar de tantas divergencias Tellagorri y Pichia se
sentian almas gemelas que fraternizaban ante un vaso de buen vino.
Tenian estos dos oradores de la taberna de Arcale hablando en castellano
un caracter comun y era que invariablemente trabucaban la
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