trabajos de los demas, iba dando a Martin cierta inclinacion a la
filosofia y al robo.
Como en el fondo el joven Zalacain era agradecido y de buena pasta,
sentia por su viejo Mentor un gran entusiasmo y un gran respeto.
Tellagorri lo sabia, aunque daba a entender que lo ignoraba; pero en
buena reciprocidad, todo lo que comprendia que le gustaba al muchacho o
servia para su educacion, lo hacia si estaba en su mano.
iY que rincones conocia Tellagorri! Como buen vagabundo era aficionado a
la contemplacion de la Naturaleza. El viejo y el muchacho subian a las
alturas de la Ciudadela, y alla, tendidos sobre la hierba y las aliagas,
contemplaban el extenso paisaje. Sobre todo, las tardes de primavera era
una maravilla. El rio Ibaya, limpio, claro, cruzaba el valle por entre
heredades verdes, por entre filas de alamos altisimos, ensanchandose y
saltando sobre las piedras, estrechandose despues, convirtiendose en
cascada de perlas al caer por la presa del molino. Cerraban el horizonte
montes cenudos y en los huertos se veian arboledas y bosquecillos de
frutales.
El sol daba en los grandes olmos de follaje espeso de la Ciudadela y los
enrojecia y los coloreaba con un tono de cobre.
Bajando desde lo alto, por senderos de cabras, se llegaba a un camino
que corria junto a las aguas claras del Ibaya. Cerca del pueblo,
algunos pescadores de cana, se pasaban la tarde sentados en la orilla y
las lavanderas, con las piernas desnudas metidas en el rio, sacudian las
ropas y cantaban.
Tellagorri conocia de lejos a los pescadores.--Alli estan Tal y Tal,
decia--. Seguramente no han pescado nada. No se reunia con ellos; el
sabia un rincon perfumado por las flores de las acacias y de los espinos
que caia sobre un sitio en donde el rio estaba en sombra y a donde
afluian los peces.
Tellagorri le curtia a Martin, le hacia andar, correr, subirse a los
arboles, meterse en los agujeros como un huron, le educaba a su manera,
por el sistema pedagogico de los Tellagorris que se parecia bastante al
salvajismo.
Mientras los demas chicos estudiaban la doctrina y el caton, el
contemplaba los espectaculos de la Naturaleza, entraba en la cueva de
Erroitza en donde hay salones inmensos llenos de grandes murcielagos que
se cuelgan de las paredes por las unas de sus alas membranosas, se
banaba en Ocin beltz, a pesar de que todo el pueblo consideraba este
remanso peligrosisimo, cazaba y daba grandes viajatas.
Tellagorri hacia que su nieto ent
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