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--Cada cual que conserve lo que tenga y que robe lo que pueda--decia.
Esta era la mas social de sus teorias, las mas insociables se las
callaba.
Tellagorri no necesitaba de nadie para vivir. El se hacia la ropa, el se
afeitaba y se cortaba el pelo, se fabrica las abarcas, y no necesitaba
de nadie, ni de mujer ni de hombre. Asi al menos lo aseguraba el.
Tellagorri, cuando le tomo por su cuenta a Martin, le enseno toda su
ciencia. Le explico la manera de acogotar una gallina sin que
alborotase, le mostro la manera de coger los higos y las ciruelas de las
huertas sin peligro de ser visto, y le enseno a conocer las setas buenas
de las venenosas por el color de la hierba en donde se crian.
Esta cosecha de setas y la caza de caracoles constituia un ingreso para
Tellagorri, pero el mayor era otro.
Habia en la Ciudadela, en uno de los lienzos de la muralla, un rellano
formado por tierra, al cual parecia tan imposible llegar subiendo como
bajando. Sin embargo, Tellagorri dio con la vereda para escalar aquel
rincon y, en este sitio recondito y soleado, puso una verdadera
plantacion de tabaco, cuyas hojas secas vendia al tabernero Arcale.
El camino que llevaba a la plantacion de tabaco del viejo, partia de una
heredad de los Ohandos y pasaba por un foso de la Ciudadela. Abriendo
una puerta vieja y carcomida que habia en este foso, por unos escalones
cubiertos de musgo, se llegaba al rincon de Tellagorri.
Este camino subia apoyandose en las gruesas raices de los arboles,
constituyendo una escalera de desiguales tramos, metida en un tunel de
ramaje.
En verano, las hojas lo cubrian por completo. En los dias calurosos de
Agosto se podia dormir alli a la sombra, arrullado por el piar de los
pajaros y el rezongar de los moscones.
El foso era lugar tambien interesante para Martin; las paredes estaban
cubiertas de musgos rojos, amarillos y verdes; entre las piedras nacian
la lechetrezna, el beleno y el yezgo, y los grandes lagartos
tornasolados se tostaban al sol. En los huecos de la muralla tenian sus
nidos las lechuzas y los mochuelos.
Tellagorri explicaba todo detenidamente a Martin.
Tellagorri era un sabio, nadie conocia la comarca como el, nadie
dominaba la geografia del rio Ibaya, la fauna y la flora de sus orillas
y de sus aguas como este viejo cinico.
Guardaba, en los agujeros del puente romano, su aparejo y su red para
cuando la veda; sabia pescar al martillo, procedimiento que se reduce a
golpear
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