e y treinta dias se pasan muy pronto cuando hay citas cuotidianas
en una huerta, dialogos anhelantes, dudas no resueltas, preguntas mal
contestadas y angelitos bordados con los labios negros. Asi es que llego
un dia en que Lazaro se puso a jurar por todos los santos del cielo que
no permitia que Clara se fuera de alli. Se ponia fastidioso al tocar
este punto; repetia la misma cosa infinitas veces, y a lo mejor empezaba
a relatar un sueno que habia tenido la noche anterior, del cual sueno se
desprendia la imposibilidad absoluta de que el y Clara se pudieran
separar. Ella se ponia muy pensativa y no decia palabra en media hora;
los pobres chicos miraban al cielo alternativamente, como si en el cielo
se hallara escrita la solucion de aquel problema.
Se separaban. Clara depositaba sus amarguras en el seno de su amiga Ana.
Lazaro confiaba a las profundidades de la noche el gran vertigo que
sentia dentro de si; no dormia, porque una serie interminable y
rapidisima de razonamientos confusos, mezclados con imagenes vagamente
percibidas, le sostenian en vigilia invencible y dolorosa. El dia volvia
a darles esperanza, la tarde venia a unirlos, el anochecer volvia a
entristecerlos. Asi se acercaba el dia funesto.
Cuando se teme de ese modo la llegada de un dia que nos ha de traer algo
malo, la imaginacion tiene como una extraordinaria fuerza de odio, con
la cual personifica ese dia que se detesta; la imaginacion ve acercarse
este dia, y lo ve en figura de no se que monstruo amenazador que avanza
con la mano alzada y la mirada llena de ira. Hay dias en que el sol no
debiera salir.
Pero el designado para la vuelta de Clara a Madrid el sol, ique
crueldad! salio. Sus primeros rayos llevaron la desolacion al alma de
los dos jovenes, amenazados de una separacion. Parece que cuando se
verifica una separacion de esa clase, cuando se disuelve y destruye esa
unidad misteriosa y fundamental de la vida humana, unidad constituida
por la totalidad complementaria de dos individuos, parece, decimos, que
debia ocurrir un cataclismo en la Naturaleza; pero eso que llamamos
comunmente los elementos, es ciego e insensible. Se hunde un continente
y se chocan dos oceanos por la mas insignificante de esas causas
mecanicas que nacen en el centro de la materia; pero nada sucede, nada
se mueve en la inerte y ciega maquina del mundo, cuando se altera el
grande, el inmenso equilibrio de los corazones.
Aquella manana sintio Lazaro un dolor desconocido.
|