retrato, y
procuro ocultar el rostro cada vez que un hombre se echaba atras el velo
para mirarle con vaga curiosidad.
Se fue tranquilizando al notar que las damas solo se fijaban en el fondo
del patio, ocupado unicamente por las mujeres. Los guerreros de la
Guardia, siempre con una mano en la empunadura de la espada y
acariciandose con la otra sus rizosas melenas, miraban a lo alto,
sonriendo a las senoritas, emocionadas bajo sus guirnaldas de flores y
sus velos. Algunas de ellas, que ya se consideraban en edad de
matrimonio por haberles apuntado la barba, contestaban a estas miradas
con guinos, que equivalian a frases amorosas, evitando el ser vistas por
las cenudas matronas sentadas a su lado. Este espectaculo frivolo, que
un dia antes habria sido despreciado por Flimnap, le emocionaba ahora
con honda sensacion de ternura.
--iOh, amor!... iamor!--murmuro el sabio.
La vida es hermosa, y el reconocia que guarda dulzuras y misterios no
sospechados por la Universidad.
Para vencer esta emocion inoportuna, se fue fijando en los personajes
que llenaban el patio. Un estrado, todavia desierto, era para el Consejo
Ejecutivo, los ministros y demas dignatarios. En otros estrados, ya casi
llenos, estaban los padres y los esposos de todas las damas que ocupaban
las galerias. Flimnap conocia a muchos por los retratos aparecidos en
los periodicos. Eran personajes parlamentarios, famosos a causa de sus
discursos. Algunos habian pertenecido al Consejo Ejecutivo y deseaban
volver a el, apelando a toda clase de intrigas para conseguirlo.
Guiado por la curiosidad y los comentarios de varias damas barbudas,
acabo por fijarse el profesor en una de las mujeres que ocupaban el
estrado de los senadores. Era Gurdilo, el celebre jefe de la oposicion
al actual gobierno: una hembra alta, desprovista de carnes, con el cutis
avellanado como si fuese de correa, y unos tendones gruesos y tirantes
que se marcaban en el cuello, en los brazos y en las demas partes
visibles de su cuerpo. Los ojos tenian una agudeza fija e imperiosa, y
su gesto era avinagrado, como de persona eternamente indignada contra
todo lo que no es obra suya.
El profesor, que por vivir dedicado a sus raros y profundos estudios
concedia escasa atencion a las cuestiones de actualidad, no se habia
fijado nunca en este personaje; pero ahora le miro con gran interes.
Adivinaba en el a un enemigo del Gentleman-Montana. Bastaria que el
gobierno decidiese el indulto de Edwin p
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