mismo.
--Entonces--continuo el presidente--, si usted manifiesta esa opinion a
mis companeros de Consejo, como todos ellos respetan mucho su alta
sabiduria, la vida del gigante queda segura.
El profesor Flimnap, deseoso de ocultar la satisfaccion que le producian
estas palabras, se apresuro a pedir la venia de los dos altos personajes
para abandonar el salon. Llegaba hasta el un rumor creciente de
muchedumbre. El gran patio del palacio debia estar ya repleto de
invitados. Una musica militar sonaba incesantemente.
Escapo Flimnap por unos pasillos poco frecuentados, temiendo tropezarse
con los periodistas, que iban a la zaga de el desde el dia anterior
pidiendole noticias frescas. Dos diarios de la capital, siempre en
escandalos a rivalidad, publicaban cada tres horas una edicion con
detalles nuevos sobre el Hombre-Montana y sus costumbres, poniendo en
boca del pobre sabio mentiras y disparates que le hacian rugir de
indignacion. Uno de los diarios defendia la conveniencia de respetar la
vida del gigante, y esto habia bastado para que la publicacion contraria
exigiese su muerte inmediata, por creer que la voracidad tremenda de tal
huesped acabaria por sumir al pais en la escasez, siendo causa de que
miles y miles de compatriotas pereciesen de hambre.
El profesor odiaba por igual a los dos periodicos y a las demas
publicaciones, que enviaban sus redactores detras de el como si fuesen
perros perseguidores de un ciervo asustado.
Deseoso de pasar inadvertido, subio a los pisos superiores con la
esperanza de encontrar un asiento en las galerias que daban al patio, y
estaban ocupadas esta manana por las esposas y las hijas de todos los
personajes de la Republica.
Su galanteria de mujer bien educada le obligo a permanecer de pie, para
no privar de asiento a los seres debiles y masculinos de larga tunica y
amplio manto que habian venido a presenciar la fiesta. La gloria del
profesor iba acompanada de una nueva vision de la existencia. Nunca le
habia parecido la vida tan hermosa y atrayente. Todas aquellas matronas
de barba canosa y brazos algo velludos, graves y senoriles, con la
majestad de la madre de familia, no podian conocerle por la razon de que
el habia rehuido hasta entonces las dulzuras y placeres de la vida
social. Nadie podia adivinar en su persona al celebre profesor Flimnap,
tan alabado por todos los periodicos. Despues hizo memoria de que en la
misma manana los diarios mas importantes habian publicado su
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