--Aunque soy viudo y estoy solo, procuro que mi vivienda tenga cierto
_confort_, lo mismo que una de Buenos Aires. Entre a verla. He
comprado nuevas cosas. La ultima vez no la visito usted toda.
Watson tuvo que seguirle, convencido de que daria un disgusto al
contratista si no admiraba una vez mas su casa. Subieron los peldanos
de madera y entraron en el comedor, cuyos muebles elegantes resultaban
demasiado pesados y vistosos.
Pirovani los enseno con vanidad, golpeandolos para ensalzar los
meritos del roble y elevando los ojos al techo mientras aludia a sus
precios. Luego les mostro el salon--amueblado igualmente con exceso,
pues habia que marchar tortuosamente entre tantos sillones y
mesillas--y un dormitorio, que parecia pertenecer por lo vistoso a una
hembra de vida galante.
En todas estas piezas se notaba el rudo contraste entre la suntuosidad
abrumadora de los muebles y la modestia de los tabiques, cubiertos de
un papel ordinario.
--iLo que me ha costado todo esto!--dijo el contratista con un orgullo
pueril--. Pero usted, don Ricardo, que es un joven de buena familia y
ha visto mucho, ?no es verdad que lo encuentra muy... _chic_?
Al volver al comedor, una criadita indigena, con larga trenza
colgando sobre la espalda, puso en la mesa botellas y copas.
--Ahora--continuo el italiano--voy a tomar como "gobernanta" a
Sebastiana, la de la estancia de Rojas. Esta casa exige una mujer
inteligente que se encargue de dirigirla.
Watson no quiso aceptar una segunda copa. Debia irse para que aquellos
hombres hablasen de los trabajos por cuenta del Estado.
Al salir de la casa habia cerrado ya la noche, y toda la vida del
antiguo campamento parecia reconcentrarse en el boliche. Su doble
puerta extendia sobre el suelo dos rectangulos rojos, que eran la
iluminacion mas fuerte del pueblo.
Los parroquianos venerables bebian de pie junto al mostrador, un
espanol tocaba el acordeon y otros trabajadores europeos bailaban con
las mestizas valses y polcas. Abundaban los chilenos, venidos del otro
lado de la Cordillera, para escapar despues de unos cuantos dias de
trabajo, arrastrados por su eterna mania ambulatoria. Eran gentes
inquietantes por la facilidad con que tiraban del cuchillo, sin dejar
por eso de sonreir y hablar melosamente. En otro grupo estaban los
hombres del pais, con barbas, poncho y grandes espuelas, jinetes
errabundos que nadie sabia de que vivian ni tampoco donde eran
nacidos. Imitaban a los antig
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