lar, si por cada palabra mia ellos soltaban diez o
doce?
Dicen que un nuevo idioma es una nueva alma, y hay algo de verdad en
esto; yo comprendia, al oir aquellos muchachos, que no solo no sabia el
castellano, sino que mi alma era distinta a la suya. Yo me sentia otra
cosa, pero no tenia el valor ni la fuerza para creer que mi espiritu,
mas concentrado y mas sobrio, valia tanto como el de ellos, todo
expansion, palabras y muecas. Mi humildad me inducia a creerme un
salvaje entre civilizados.
Mi timidez me hacia pasar unos momentos horribles; una palabra, un
gesto, cualquier cosa bastaba para que la sangre me subiese a la cara.
Dolorcitas sonreia al verme turbado. Veia que sufria y se alegraba. Era
la crueldad natural de la mujer.
Luego, mas tarde, no se contentaba con el placer de confundirme, sino
que le gustaba darme celos. Yo estaba enamorado. ?Enamorado? Realmente
no se si estaba enamorado, pero si que pensaba en Dolorcitas a todas
horas, con una mezcla de angustia y de colera.
Si ella hubiese hablado un dia con un joven y otro dia con otro sin
hacer caso de mi, quiza no me hubiera hecho efecto; pero veia que sus
coqueterias me las dedicaba expresamente con intencion de mortificarme,
y esto me sublevaba.
En general, el amor es eso, sobre todo en las personas muy jovenes, que
no tienen preocupaciones espirituales; un instinto mas cercano a la
crueldad y al odio que al afecto tranquilo.
A veces, huyendo de la coqueteria y de los desdenes mortificantes de
Dolorcitas, pretextaba una ocupacion cualquiera y me marchaba de casa de
don Matias. iQue aburrimiento! iQue saturacion de fastidio! iQue
amargura interior!
El sol brillaba en las calles desiertas, el cielo estaba azul, el mar,
tranquilo. ?Que hacer? El mundo entero me parecia inutil. El disgusto de
uno mismo, la hostilidad del ambiente, la imposibilidad de formarse otro
a gusto de uno, todo caia sobre mi con una pesadumbre de plomo.
En alguna ocasion que Dolorcitas vio en mi la decision firme de
marcharme y no volver por su casa, se sintio de nuevo carinosa conmigo.
Yo no me atrevia a reprocharle su coqueteria claramente, pero si le dije
varias veces que comprendia que no tuviera simpatia por mi, porque yo
era mas tosco que ella, y ella me contesto que yo le _gutaba azi_. Le
gustaba asi para mortificarme.
Las tardes del domingo soliamos ir a la Alameda de Apodaca, Dolorcitas y
alguna amiga suya; ellas muy elegantes, yo de marinerito.
Desde ce
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