En la apariencia, don Matias era un hombre respetabilisimo, serio, de
ideas profundas; en el fondo era un pobre majadero, un caso de
pedanteria y de vanidad grotescas. A Dolorcitas la trataba secamente, no
por ser su hijastra y no su hija, sino porque consideraba que ese era su
papel de hombre de negocios.
Aquel solemne y majestuoso idiota creia que, para ser marido y padre a
la inglesa, tenia que mostrarse frio con su mujer y su hija.
Esa tendencia anglomana que se ha desarrollado en algunos pueblos
andaluces, no me resulta. Los ingleses, que en general son tiesos y
formales, tienen la ventaja de su tiesura y de su formalidad; pero estos
anglomanos del Mediodia, con su mezcla de tiesura y de mandanga, me
parecen bastante comicos.
Dolorcitas, como era natural, no tenia mucho carino por su padrastro.
Don Matias varias veces le prometio llevarla al teatro, y luego, para
demostrar su autoridad sin duda, hacia como que se olvidaba de su
promesa y dejaba a la muchacha llorando.
Todos los domingos, despues de almorzar, don Matias, con su levita, sus
guantes, su sombrero de copa y sus botas siempre crujientes, se marchaba
al Casino Moderado, y no volvia hasta el anochecer.
Nos quedabamos de sobremesa dona Hortensia, Dolorcitas y yo. Dolorcitas
y yo jugabamos como chicos, recorriamos la casa, subiamos a la azotea,
ibamos al miramar.
La senora Presentacion, una vieja muy graciosa y gesticuladora, a quien
yo no entendia nada de cuanto hablaba, solia venir a avisar a la
senorita Dolores, que alguna de sus amigas acababa de llegar.
Cuando se reunia Dolorcitas con alguna amiga, entonces yo ya no jugaba:
ellas jugaban conmigo. Recuerdo mis conversaciones con Dolores y con una
amiga suya, Maria Jesus; debian ser algo como el juego de un oso con dos
monitas.
Las amigas se contaban sus cosas al mismo tiempo, con una velocidad
vertiginosa; yo, en cambio, marchaba como una gabarra cargada hasta el
tope. No he podido hablar nunca el castellano rapidamente, y entonces,
menos. Ademas, como buen vasco, he sido siempre un poco irrespetuoso con
esa respetable y honesta senora que se llama la Gramatica.
Las dos chiquillas charlaban haciendo monerias y gestos expresivos.
Dolorcitas, a pesar de ser hija de vascongados, era tan aguda y tan
redicha como una gaditana.
Despues de Maria Jesus, que solia llegar la primera, venian a la casa
otras chicas y chicos de la misma edad. Entonces yo me sumia en el
mutismo; ?para que hab
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