s elevados. Dandose cuenta perfecta del estado y cantidad de
sus fuerzas de ataque y calculando con admirable precision el grado de
resistencia que podian ofrecerle sus dulces enemigos, comprendio que no
debia atacar las plazas nuevas, cuyas fortificaciones son siempre mas
recias, sino aquellas que por su antigueedad empezasen ya a desmoronarse.
Tal viva penetracion del arte y tal destreza en la ejecucion como el
general poseia, anunciaban desde luego la victoria. Y, en efecto, a
consecuencia del nuevo y acertado plan de ataque, comenzaron a rendirse
una en pos de otra, a sus armas, no pocas bellezas de las mejor
sazonadas y maduras de la capital. Y en los brazos de estas Venus de
plateados cabellos siguio recogiendo el merecido premio a su prudencia y
bravura.
Como el cartagines Anibal, Patino sabia variar en cada ocasion de
tactica, segun la condicion y temperamento del enemigo. Con ciertas
plazas convenia el rigor, desplegar aparato de fuerza. En otras era
necesario entrar solapadamente sin hacer ruido. A una dama le gustaba el
aspecto marcial y varonil del conquistador; se deleitaba escuchando las
memorables jornadas de Garravillas y Jarandilla, cuando iba persiguiendo
a los sublevados. A otra le placa oirle disertar en estilo correcto con
su hermosa voz de gola, acerca de los problemas politicos y militares. A
otra en fin, le extasiaba oirle interpretar alguna famosa melodia de
Mozart o Schuman en el violoncelo. Porque nuestro heroe tocaba el
violoncelo con rara perfeccion y fuerza es confesar que este
delicadisimo instrumento le ayudo poderosamente en las mas de sus
famosas conquistas. Arrastraba las notas de un modo irresistible,
indicando bien claramente que, a pesar de su arrojado y belicoso
temperamento, poseia un corazon sensible a las dulzuras del amor. Y por
si este arrastre oportunisimo de las notas no lo decia con toda
claridad, corroboralo un alzar de pupilas y meterlas en el cogote,
dejando descubierto solo el blanco de los ojos, cuando llegaba al punto
algido o patetico de la melodia, que realmente era para impresionar a
cualquier belleza por aspera que fuese.
La maliciosa insinuacion de Pepa Frias tenia fundamento. El bravo
general hacia ya algun tiempo "que estaba poniendo los puntos" a la
senora de Calderon, aunque esta no daba senales de advertirlo. Jamas en
sus muchas y brillantes campanas se le habia presentado un caso
semejante. Disparar contra una plaza durante algunos meses canonazos y
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