al a los galanes que tanto empeno mostraban en servirla, sin
mirar apenas y con la mirada alta y desdenosa, tendio la mano para
recoger el guante en la direccion que se encontraban Lope y Alonso,
los primeros que parecian haber llegado al sitio en que cayera.[1] En
efecto, ambos jovenes habian visto caer el guante cerca de sus pies;
ambos se habian inclinado con igual presteza a recogerle,[2] y al
incorporarse cada cual le[2] tenia asido por un extremo. Al verlos
inmoviles, desafiandose en silencio con la mirada, y decididos ambos a
no abandonar el guante que acababan de levantar del suelo, la dama
dejo escapar un grito leve e involuntario, que ahogo el murmullo de
los asombrados espectadores, los cuales presentian una escena
borrascosa, que en el alcazar y en presencia del rey podria
calificarse de un horrible desacato.
[Footnote 1: _cayera_. See p. 16, note 3.]
[Footnote 2: le. See p. 66, note 1.]
No obstante, Lope y Alonso permanecian impasibles, mudos, midiendose
con los ojos, de la cabeza a los pies, sin que la tempestad de sus
almas se revelase mas que por un ligero temblor nervioso, que agitaba
sus miembros como si se hallasen acometidos de una repentina fiebre.
Los murmullos y las exclamaciones iban subiendo de punto; la gente
comenzaba a agruparse en torno de los actores de la escena; dona Ines,
o aturdida o complaciendose en prolongarla, daba vueltas de un lado a
otro, como buscando donde refugiarse y evitar las miradas de la gente,
que cada vez acudia en mayor numero. La catastrofe era ya segura; los
dos jovenes habian ya cambiado algunas palabras en voz sorda, y
mientras que con la una mano sujetaban el guante con una fuerza
convulsiva, parecian ya buscar instintivamente con la otra el puno de
oro de sus dagas, cuando se entreabrio respetuosamente el grupo que
formaban los espectadores, y aparecio el Rey.
Su frente estaba serena; ni habia indignacion en su rostro, ni colera
en su ademan.
Tendio una mirada alrededor, y esta sola mirada fue bastante para
darle a conocer lo que pasaba. Con toda la galanteria del doncel mas
cumplido, tomo el guante de las manos de los caballeros que, como
movidas por un resorte, se abrieron sin dificultad al sentir el
contacto de la del monarca, y volviendose a dona Ines de Tordesillas
que, apoyada en el brazo de una duena,[1] parecia proxima a
desmayarse, exclamo, presentandolo, con acento, aunque templado,
firme:
[Footnote 1: duena = 'duenna,' an elderly
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