os--que podrias tener mas limpios a los muchachos.
Berta continuo leyendo, como si no hubiera oido.
--Es la primera vez--repuso al rato--que te veo inquietarte por el
estado de tus hijos.
Mazzini volvio un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:
--De nuestros hijos, ?me parece?
--Bueno; de nuestros hijos. ?Te gusta asi?--alzo ella los ojos.
Esta vez Mazzini se expreso claramente:
--?Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?
--iAh, no!--se sonrio Berta, muy palida--ipero yo tampoco, supongo!...
iNo faltaba mas!...--murmuro.
--?Que no faltaba mas?
--iQue si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiendelo bien! Eso es
lo que te queria decir.
Su marido la miro un momento, con brutal deseo de insultarla.
--iDejemos!--articulo, secandose por fin las manos.
--Como quieras; pero si quieres decir...
--iBerta!
--iComo quieras!
Este fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las
inevitables reconciliciones, sus almas se unian con doble arrebato y
locura por otro hijo.
Nacio asi una nina. Vivieron dos anos con la angustia a flor de alma,
esperando siempre otro desastre. Nada acaecio, sin embargo, y los
padres pusieron en ella toda su complacencia, que la pequena llevaba a
los mas extremos limites del mimo y la mala crianza.
Si aun en los ultimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al
nacer Bertita olvidose casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la
horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer. A
Mazzini, bien que en menor grado, pasabale lo mismo.
No por eso la paz habia llegado a sus almas. La menor indisposicion de
su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores
de su descendencia podrida. Habian acumulado hiel sobrado tiempo para
que el vaso no quedara distentido, y al menor contacto el veneno se
vertia afuera. Desde el primer disgusto emponzonado habianse perdido
el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con
cruel friccion, es, cuando ya se comenzo, a humillar del todo a una
persona. Antes se contenian aun por la comun falta de exito; ahora que
este habia llegado, cada cual, atribuyendolo a si mismo, sentia mayor
la infamia de los cuatro engendros que el otro habiale forzado
a crear.
Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores
afecto posible. La sirvienta los vestia, les daba de comer, los
acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban
casi todo
|