mismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo mas
profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.
Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de
otro hijo. Nacio este, y su salud y limpidez de risa reencendieron el
porvenir extinguido. Pero a los diez y ocho meses las convulsiones del
primogenito se repetian, y al dia siguiente amanecia idiota.
Esta vez los padres cayeron en honda desesperacion. iLuego su sangre,
su amor estaba maldito! iSu amor, sobre todo! Veintiocho anos el,
veintidos ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un
atomo de vida normal. Ya no pedian mas belleza e inteligencia como en
el primogenito; pero un hijo, un hijo como todos!
Del nuevo desastre brotaron nuevas llamadaras de dolorido amor, un
loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su
ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitiose el
proceso de los dos mayores.
Mas, por encima de su inmensa amargura, quedaba a Mazzini y Berta gran
compasion por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la mas
honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo abolido. No
sabian deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin
a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los
obstaculos. Cuando los lavaban mugian hasta inyectarse de sangre el
rostro. Animabanse solo al comer, cuando veian colores brillantes u
oian truenos. Se reian entonces, echando afuera lengua y rios de baba,
radiantes de frenesi bestial. Tenian, en cambio, cierta facultad
imitativa; pero no se pudo obtener nada mas.
Con los mellizos parecio haber concluido la aterradora descendencia.
Pero pasados tres anos desearon de nuevo ardientemente otro hijo,
confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la
fatalidad.
No satisfacian sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se
exasperaba, en razon de su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese
momento cada cual habia tomado sobre si la parte que le correspondia
en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redencion ante las
cuatro bestias que habian nacido de ellos, echo afuera esa imperiosa
necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio especifico de los
corazones inferiores.
Iniciaronse con el cambio de pronombres: _tus_ hijos. Y como a mas del
insulto habia le insidia, la atmosfera se cargaba.
--Me parece--dijole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se
lavaba las man
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