cuna son singularmente falaces en cuanto a promesas de quietud
se refiera. Bajo aquel mediodia de fuego, sobre la meseta volcanica
que la roja arena tornaba aun mas calcinante, habia lagartijas.
Con la boca ahora cerrada, Yaguai transpuso el tejido de alambre y se
hallo en pleno campo de caza. Desde septiembre no habia logrado otra
ocupacion a las siestas bravas. Esta vez rastreo cuatro de las pocas
que quedaban ya, cazo tres, perdio una, y se fue entonces a banar.
A cien metros de la casa, en la base de la meseta y a orillas del
bananal, existia un pozo en piedra viva de factura y forma originales,
pues siendo comenzado a dinamita por un profesional, habialo concluido
un aficionado con pala de punta. Verdad es que no media sino dos
metros de hondura, tendiendose en larga escarpa por un lado, a modo de
tajamar. Su fuente, bien que superficial, resistia a secas de dos
meses, lo que es bien meritorio en Misiones.
Alli se banaba el fox-terrier, primero la lengua, despues el vientre
sentado en el agua, para concluir con una travesia a nado. Volvia
luego a la casa, siempre que algun rastro no se atravesara en su
camino. Al caer el sol, tornaba al pozo; de aqui que Yaguai sufriera
vagamente de pulgas, y con bastante facilidad el calor tropical para
el que su raza no habia sido creada.
El instinto combativo del fox-terrier se manifesto normalmente contra
las hojas secas; subio luego a las mariposas y su sombra, y se fijo
por fin en las lagartijas. Aun en noviembre, cuando tenia ya en jaque
a todas las ratas de la casa, su gran encanto eran los saurios. Los
peones que por a o b llegaban a la siesta, admiraron siempre la
obstinacion del perro, resoplando en cuevitas bajo un sol de fuego, si
bien la admiracion de aquellos no pasaba del cuadro de caza.
--Eso--dijo uno un dia, senalando al perro con una vuelta de
cabeza,--no sirve mas que para bichitos...
El dueno de Yaguai lo oyo:
--Tal vez--repuso,--pero ninguno de los famosos perros de ustedes
seria capaz de hacer lo que hace ese.
Los hombres se sonrieron sin contestar.
Cooper, sin embargo, conocia bien a los perros de monte, y su
maravillosa aptitud para la caza a la carera, que su fox-terrier
ignoraba. ?Ensenarle? Acaso; pero el no tenia como hacerlo.
Precisamente esa misma tarde un peon se quejo a Cooper de los venados
que estaban concluyendo con los porotos. Pedia escopeta, porque aunque
el tenia un perro, no podia sino _a veces_ alcanzarlos de un palo.
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