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--Treinticinco mil pesos--repuso este. Era lo necesario para trasladar las vigas al Parana. Y sin contar la estacion impropia. Bajo la lluvia que unia en un solo hilo de agua su capa de goma y su caballo, Castelhum considero largo rato el arroyo arremolinado. Senalando luego el torrente con un movimiento del capuchon: --?Las aguas llegaran a cubrir el salto?--pregunto a su companero. --Si llueve mucho, si. --?Tiene todos los hombres en el obraje? --Hasta este momento; esperaba ordenes suyas. --Bien--dijo Castelhum.--Creo que vamos a salir bien. Mister Fernandez: Esta misma tarde refuerce la maroma en la barra, y comience a arrimar todas las vigas aqui a la barranca. El arroyo esta limpio, segun me dijo. Manana de manana bajo a Posadas, y desde entonces, con el primer temporal que venga, eche los palos al arroyo. ?Entiende? Una buena lluvia. El encargado lo miro abriendo cuanto pudo los ojos. --La maroma va a ceder antes que lleguen cien vigas. --Ya se, no importa. Y nos costara muchisimos miles. Volvamos y hablaremos mas largo. Fernandez se encogio de hombros y silbo a los capataces. En el resto del dia, sin lluvia pero empapado en calma de agua, los peones tendieron de una orilla a otra en la barra del arroyo, la cadena de vigas, y el tumbaje de palos comenzo en el campamento. Castelhum bajo a Posadas sobre una agua de inundacion que iba corriendo nueve millas, y que al salir del Guayra se habia alzado siete metros la noche anterior. Tras gran sequia, grandes lluvias. A mediodia comenzo el diluvio, y durante cincuenta y dos horas consecutivas el monte trono de agua. El arroyo, venido a torrente, paso a rugiente avalancha de agua ladrillo. Los peones, calados hasta los huesos, con su flacura en relieve por la ropa pegada al cuerpo, despenaban las vigas por la barranca. Cada esfuerzo arrancaba un unisono grito de animo, y cuando la monstruosa viga rodaba dando tumbos y se hundia con un canonazo en el agua, todos los peones lanzaban su ia...iju! de triunfo. Y luego, los esfuerzos malgastados en el barro liquido, la zafadura de las palancas, las costaladas bajo la lluvia torrencial. Y la fiebre. Bruscamente, por fin, el diluvio ceso. En el subito silencio circunstante, se oyo el tronar de la lluvia todavia sobre el bosque inmediato. Mas sordo y mas hondo, el retumbo del Nacanguazu. Algunas gotas, distanciadas y livianas, caian aun del cielo exhausto. Pero el tiempo proseguia cargado, sin
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