a a su gran aliento, treinta anos
de piraterias en rio bajo o alto, deseando--ademas--ser dueno de un
gramofono.
La noche, negra, le deparo incidentes a su plena satisfaccion. El rio,
a flor de ojo casi, corria velozmente con untuosidad de aceite. A
ambos lados pasaban y pasaban sin cesar sombras densas. Un hombre
ahogado tropezo con la guabiroba; Candiyu se inclino y vio que tenia
la garganta abierta. Luego visitantes incomodos, viboras al asalto,
las mismas que en las crecidas trepan por las ruedas de los vapores
hasta los camarotes.
El herculeo trabajo proseguia, la pala temblaba bajo el agua, pero era
arrastrado a pesar de todo. Al fin se rindio; cerro mas el angulo de
abordaje, y sumo sus ultimas fuerzas para alcanzar el borde de la
canal, que rasaba los penascos del Teyucuare. Durante diez minutos el
pescador de vigas, los tendones del cuello duros y los pectorales como
piedra, hizo lo que jamas volvera a hacer nadie para salir de la canal
en una creciente, con una viga a remolque. La guabiroba se estrello
por fin contra las piedras, se tumbo, justamente cuando a Candiyu
quedaba la fuerza suficiente--y nada mas,--para sujetar la soga y
desplomarse de boca.
Solamente un mes mas tarde tuvo mister Hall sus tres docenas de
tablas, y veinte segundos despues,--ni mas ni menos--entrego a Candiyu
el gramofono, incluso veinte discos.
La firma Castelhum y Cia., no obstante la flotilla de lanchas a vapor
que lanzo contra las vigas--y esto por bastante mas de treinta
dias--perdio muchas. Y si alguna vez Castelhum llega a San Ignacio y
visita a mister Hall, admirara sinceramente los muebles del citado
contador, hechos de palo rosa.
#LA MIEL SILVESTRE#
Tengo en el Salto Oriental dos primos, hoy hombres ya, que a sus doce
anos, y en consecuencia de profundas lecturas de Julio Verne, dieron
en la rica empresa de abandonar su casa para ir a vivir al monte. Este
queda a dos leguas de la ciudad. Alli vivirian primitivamente de la
caza y la pesca. Cierto es que los dos muchachos no se habian acordado
particularmente de llevar escopetas ni anzuelos; pero de todos modos
el bosque estaba alli, con su libertad como fuente de dicha, y sus
peligros como encanto.
Desgraciadamente, al segundo dia fueron hallados por quienes les
buscaban. Estaban bastante atonitos todavia, no poco debiles, y con
gran asombro de sus hermanos menores--iniciados tambien en Julio
Verne--sabian aun andar en dos pies y recorda
|