or publico con intima gula.--Deben de
ser bolitas de cera, llenas de miel...
Pero entre el, Benincasa, y las bolsitas, estaban las abejas. Despues
de un momento de desencanto, penso en el fuego: levantaria una buena
humareda. La suerte quiso que mientras el ladron acercaba
cautelosamente la hojarasca humeda, cuatro o cinco abejas se posaran
en su mano, sin picarlo. Benincasa cogio una en seguida, y
oprimiendole el abdomen constato que no tenia aguijon. Su saliva, ya
liviana, se clarifico en milifica abundancia. iMaravillosos y buenos
animalitos!
En un instante el contador desprendio las bolsitas de cera, y
alejandose un buen trecho para escapar al pegajoso contacto de las
abejas, se sento en un raigon. De las doce bolas, siete contenian
polen. Pero las restantes estaban llenas de miel, una miel oscura, de
sombria transparencia, que Benincasa paladeo golosamente. Sabia
distintamente a algo. ?A que? El contador no pudo precisarlo. Acaso a
resina de frutales o de eucalipto. Y por igual motivo, tenia la densa
miel un vago dejo aspero. iMas que perfume, en cambio!
Benincasa, una vez bien seguro de que solo cinco bolsitas le serian
utiles, comenzo. Su idea era sencilla: tener suspendido el panal
goteante sobre su boca. Pero como la miel era espesa, tuvo que
agrandar el agujero, despues de haber permanecido medio minuto con la
boca inutilmente abierta. Entonces la miel asomo, adelgazandose en
pesado hilo hasta la lengua del contador.
Uno tras otro, los cinco panales se vaciaron asi dentro de la boca de
Benincasa. Fue inutil que prolongara la suspension y mucho mas que
repasara los globos exhaustos; tuvo que resignarse.
Entretanto, la sostenida posicion de la cabeza en alto lo habia
mareado un poco. Pesado de miel, quieto y los ojos bien abiertos,
Benincasa considero de nuevo el monte crepuscular. Los arboles y el
suelo tomaban posturas por demas oblicuas, y su cabeza acompanaba el
vaiven del paisaje.
--Que curioso mareo...--penso el contador--y lo peor es...
Al levantarse e intentar dar un paso, se habia visto obligado a caer
de nuevo sobre el tronco. iSentia su cuerpo de plomo, sobre todo las
piernas, como si estuvieran inmensamente hinchadas. Y los pies y las
manos le hormigueaban.
--iEs muy raro, muy raro, muy raro!--se repitio estupidamente
Benincasa, sin escrudinar sin embargo el motivo de esa rareza.--Como
si tuviera hormigas... la correccion--concluyo.
Y de pronto la respiracion se le corto en seco,
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