el pozo quedaba oculto
tras un macizo de canas, nos fue permitida esta maniobra sin que mama
se enterase. No obstante, Maria, cuya inspiracion poetica primo
siempre en nuestras empresas, obtuvo que aplazaramos el fenomeno hasta
que una gran lluvia, llenando el pozo, nos proporcionara satisfaccion
artistica, a la par que cientifica.
Pero lo que sobre todo atrajo nuestros asaltos diarios fue el
canaveral. Tardamos dos semanas enteras en explorar como era debido
aquel diluviano enredo de varas verdes, varas secas, varas verticales,
varas dobladas, atravesadas, rotas hacia tierra. Las hojas secas,
detenidas en su caida, entretejian el macizo, que llenaba el aire de
polvo y briznas al menor contacto.
Aclaramos el secreto, sin embargo; y sentados con mi hermana en la
sombria guarida de algun rincon, bien juntos y mudos en la
semioscuridad, gozamos horas enteras el orgullo de no sentir miedo.
Fue alli donde una tarde, avengonzados de nuestra poca iniciativa,
inventamos fumar. Mama era viuda; con nosotros vivian habitualmente
dos hermanas suyas, y en aquellos momentos un hermano, precisamente el
que habia venido con Ines de Buenos Aires.
Este nuestro tio de veinte anos, muy elegante y presumido, habiase
atribuido sobre nosotros dos cierta potestad que mama, con el disgusto
actual y su falta de caracter, fomentaba.
Maria y yo, por de pronto, profesabamos cordialisima antipatia al
padrastrillo.
--Te aseguro--decia el a mama, senalandonos con el menton--que
desearia vivir siempre contigo para vigilar a tus hijos. Te van a dar
mucho trabajo.
--iDejalos!--respondia mama cansada.
Nosotros no deciamos nada; pero nos mirabamos por encima del plato de
sopa.
A este severo personaje, pues, habiamos robado un paquete de
cigarrillos; y aunque nos tentaba iniciarnos subitamente en la viril
virtud, esperamos el artefacto. Este consistia en una pipa que yo
habia fabricado con un trozo de cana, por deposito; una varilla de
cortina, por boquilla; y por cemento, masilla de un vidrio recien
colocado. La pipa era perfecta: grande, liviana y de varios colores.
En nuestra madriguera del canaveral cargamosla Maria y yo con
religiosa y firme uncion. Cinco cigarrillos dejaron su tabaco adentro;
y sentandonos entonces con las rodillas altas, encendi la pipa y
aspire. Maria, que devoraba mi acto con los ojos, noto que los mios se
cubrian de lagrimas: jamas se ha visto ni vera cosa, mas abominable.
Degluti, sin embargo, valerosament
|