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?No sientes nada? --No... sueno. Al dia siguiente, hacia las dos de la tarde, notamos de pronto fuerte agitacion en casa, puertas que se abrian y no se cerraban, dialogos cortados de exclamaciones, y semblantes asustados. Ines tenia viruela, y de cierta especie hemorragica que vivia en Buenos Aires. Desde luego, a mi hermana y a mi nos entusiasmo el drama. Las criaturas tienen casi siempre la desgracia de que las grandes cosas no pasen en su casa. Esta vez nuestra tia--icasualmente nuestra tia!--ienferma de viruela! Yo, chico feliz, contaba ya en mi orgullo la amistad de un agente de policia, y el contacto con un payaso que saltando las gradas habia tomado asiento a mi lado. Pero ahora el gran acontecimiento pasaba en nuestra propia casa; y al comunicarlo al primer chico que se detuvo en la puerta de calle a mirar, habia ya en mis ojos la vanidad con que una criatura de riguroso luto pasa por primera vez ante sus vecinillos atonitos y envidiosos. Esa misma tarde salimos de casa, instalandonos en la unica que pudimos hallar con tanta premura, una vieja quinta de los alrededores. Una hermana de mama, que habia tenido viruela en su ninez, quedo al lado de Ines. Seguramente en los primeros dias mama paso crueles angustias por sus hijos que habian besado a la virolenta. Pero en cambio nosotros, convertidos en furiosos Robinsones, no teniamos tiempo para acordarnos de nuestra tia. Hacia mucho tiempo que la quinta dormia en su sombrio y humedo sosiego. Naranjos blanquecinos de diaspis; duraznos rajados en la horqueta; membrillos con aspecto de mimbres; higueras rastreantes a fuerza de abandono, aquello daba, en su tupida hojarasca que ahogaba los pasos, fuerte sensacion de paraiso. Nosotros no eramos precisamente Adan y Eva; pero si heroicos Robinsones, arrastrados a nuestro destino por una gran desgracia de familia: la muerte de nuestra tia, acaecida cuatro dias despues de comenzar nuestra exploracion. Pasabamos el dia entero huroneando por la quinta bien que las higueras, demasiado tupidas al pie, nos inquietaran un poco. El pozo tambien suscitaba nuestras preocupaciones geograficas. Era este un viejo pozo inconcluso, cuyos trabajos se habian detenido a los catorce metros sobre el fondo de piedra, y que desaparecia ahora entre los culantrillos y doradillas de sus paredes. Era, sin embargo, menester explorarlo, y por via de avanzada logramos con infinitos esfuerzos llevar hasta su borde una gran piedra. Como
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