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lucinado por la luz de los tres faroles de viento que se movian de un lado a otro en la pieza. Su padrino y dos peones regaban el piso. --?Que hay, que hay?--pregunto, echandose al suelo. --Nada... cuidado con los pies; la correccion. Benincasa habia sido ya enterado de las curiosas hormigas a que llamamos _correccion_. Son pequenas, negras, brillantes, y marchan velozmente en rios mas o menos anchos. Son esencialmente carnivoras. Avanzan devorando todo lo que encuentran a su paso: aranas, grillos, alacranes, sapos, viboras, y a cuanto ser no puede resistirles. No hay animal, por grande y fuerte que sea, que no huya de ellas. Su entrada en una casa supone la exterminacion absoluta de todo ser viviente, pues no hay rincon ni agujero profundo donde no se precipite el rio devorador. Los perros aullan, los bueyes mugen, y es forzoso abandonarles la casa, a trueque de ser roido en diez horas hasta el esqueleto. Permanecen en el lugar uno, dos, hasta cinco dias, segun su riqueza en insectos, carne o grasa. Una vez devorado todo, se van. No resisten sin embargo a la creolina o droga similar, y como en el obraje abundaba aquella, antes de una hora quedo libre de la correccion. Benincasa se observaba muy de cerca en los pies la placa livida de la mordedura. --Pican muy fuerte, realmente--dijo sorprendido, levantando la cabeza a su padrino. Este, para quien la observacion no tenia ya ningun valor, no respondio, felicitandose en cambio de haber contenido a tiempo la invasion. Benincasa reanudo el sueno, aunque sobresaltado toda la noche por pesadillas tropicales. Al dia siguiente se fue al monte, esta vez con un machete, pues habia concluido por comprender que tal expediente le seria en el monte mucho mas util que el fusil. Cierto es que su pulso no era maravilloso y su acierto, mucho menos. Pero de todos modos lograba trozar las ramas, azotarse la cara y cortarse las botas, todo en uno. El monte crepuscular y silencioso lo canso pronto. Dabale la impresion--exacta por lo demas--de un escenario visto de dia. De la bullente vida tropical, no hay mas que el teatro helado; ni un animal, ni un pajaro, ni un ruido casi. Benincasa volvia, cuando un sordo zumbido le llamo la atencion. A diez metros de el, en un tronco hueco, diminutas abejas aureolaban la entrada del agujero. Se acerco con cautela, y vio en el fondo de la abertura diez o doce bolas oscuras, del tamano de un huevo. --Esto es miel--se dijo el contad
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