el mas ligero soplo. Se respiraba agua,
y apenas los peones hubieron descansado un par de horas, la lluvia
recomenzo--la lluvia a plomo, maciza y blanca de las crecidas. El
trabajo urgia--los sueldos habian subido valientemente--y mientras el
temporal siguio, los peones continuaron gritando, cayendose y tumbando
bajo el agua fria.
En la barra del Nacanguazu, la barrera flotante contuvo a los primeros
palos que llegaron, y resistio arqueada y gimiendo a muchas mas; hasta
que al empuje incontrastable de las vigas que llegaban como catapultas
contra la maroma, el cable cedio.
* * * * *
Candiyu observaba el rio con su anteojo, considerando que la creciente
actual, que alli en San Ignacio habia subido dos metros mas el dia
anterior--llevandose por lo demas su chalana--seria mas alla de
Posadas, formidable inundacion. Las maderas habian comenzado a
descender, pero todas ellas, a juzgar por su alta flotacion, eran
cedros o poco menos, y el pescador reservaba prudentemente
sus fuerzas.
Esa noche el agua subio un metro aun, y a la tarde siguiente Candiyu
tuvo la sorpresa de ver en el extremo de su anteojo una barra, una
verdadera jangada de vigas sueltas que doblaban la punta de Itacurubi.
Madera de lomo blanquecino, y perfectamente seca.
Alli estaba su lugar. Salto en su guabiroba, y paleo al encuentro de
la caza.
Ahora bien, en una creciente del Alto Parana se encuentran muchas
cosas antes de llegar a la viga elegida. Arboles enteros, desde luego,
arrancados de cuajo y con las raices negras al aire, como pulpos.
Vacas y mulas muertas, en compania de buen lote de animales salvajes
ahogados, fusilados o con una flecha plantada aun en el vientre. Altos
conos de hormigas amontonadas sobre un raigon. Algun tigre, tal vez;
camalotes y espuma a discrecion,--sin contar, claro esta, las viboras.
Candiyu esquivo, derivo, tropezo y volco muchas veces mas de las
necesarias para llegar a la presa. Al fin la tuvo; un machetazo puso
al vivo la veta sanguinea del palo rosa, y recostandose a la viga pudo
derivar con ella oblicuamente algun trecho. Pero las ramas, los
arboles, pasaban sin cesar arrastrandolo. Cambio de tactica; enlazo su
presa, y comenzo entonces la lucha muda y sin tregua, echando
silenciosamente el alma a cada palada.
Una viga, derivando con una gran creciente, lleva un impulso
suficientemente grande para que tres hombres titubeen antes de
atreverse con ella. Pero Candiyu uni
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