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amanecer, llegaba a 41 a las dos de la tarde. La sequedad del aire
llevaba a beber al fox-terrier cada media hora, debiendo entonces
luchar con las avispas y abejas que invadian los baldes, muertas de
sed. Las gallinas, con las alas en tierra, jadeaban tendidas a la
triple sombra de los bananos, la glorieta y la enredadera de flor
roja, sin atreverse a dar un paso sobre la arena abrasada, y bajo un
sol que mataba instantaneamente a las hormigas rubias.
Alrededor, cuanto abarcaba los ojos del fox-terrier, los bloques de
hierro, el pedregullo volcanico, el monte mismo, danzaba, mareado de
calor. Al oeste, en el fondo del valle boscoso, hundido en la
depresion de la doble sierra, el Parana yacia, muerto a esa hora en su
agua de cinc, esperando la caida de la tarde para revivir. La
atmosfera, entonces, ligeramente ahumada hasta esa hora, se velaba al
horizonte en denso vapor, tras el cual el sol, cayendo sobre el rio,
sosteniase asfixiado en perfecto circulo de sangre. Y mientras el
viento cesaba por completo y en el aire aun abrasado Yaguai arrastraba
por la meseta su diminuta mancha blanca, las palmeras, recortandose
inmoviles sobre el rio cuajado en rubi, infundian en el paisaje una
sensacion de lujoso y sombrio oasis.
Los dias se sucedian iguales. El pozo del fox-terrier se seco, y las
asperezas de la vida, que hasta entonces evitaran a Yaguai, comenzaron
para el esa misma tarde.
Desde tiempo atras, el perrito blanco habia sido muy solicitado por un
amigo de Cooper, hombre de selva cuyos muchos ratos perdidos se
pasaban en el monte tras los tatetos. Tenia tres perros magnificos
para esta caza, aunque muy inclinados a rastrear coaties, lo que
envolviendo una perdida de tiempo para el cazador, constituye tambien
la posibilidad de un desastre, pues la dentellada de un coati degueella
sistematicamente al perro que no supo cogerlo.
Fragoso, habiendo visto un dia trabajar al fox-terrier en un asunto de
irara, que Yaguai forzo a estarse definitivamente quieta, dedujo que
un perrito que tenia ese talento especial para moder justamente entre
cruz y pescuezo, no era un perro cualquiera, por mas corta que tuviera
la cola. Por lo que insto repetidas veces a Cooper a que le prestara
a Yaguai.
--Yo te lo voy a ensenar bien a usted, patron--le decia.
--Tiene tiempo--respondia Cooper.
Pero en esos dias abrumadores--la visita de Fragoso avivando el
recuerdo de aquello--Cooper le entrego su perro a fin de que le
ens
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