n a la cabeza del caballo. Evidentemente, no era por alli por donde
el malacara pasaba.
Ahora recorria de nuevo la chacra, trotando inquieto con la cabeza
alerta. De la profundidad del monte, el malacara respondia a los
relinchos vibrantes de su companero, con los suyos cortos y rapidos,
en que habia sin duda una fraternal promesa de abundante comida. Lo
mas irritante para el alazan era que el malacara reaparecia dos o tres
veces en el dia para beber. Prometiase aquel entonces no abandonar un
instante a su companero, y durante algunas horas, en efecto, la pareja
pastaba en admirable conserva. Pero de pronto el malacara, con su soga
a rastra, se internaba en el chircal, y cuando el alazan, al darse
cuenta de su soledad, se lanzaba en su persecucion, hallaba el monte
inextricable. Esto si, de adentro, muy cerca aun, el maligno malacara
respondia a sus desesperados relinchos, con un relinchillo a
boca llena.
Hasta que esa manana el viejo alazan hallo la brecha muy
sencillamente: Cruzando por frente al chircal que desde el monte
avanzaba cincuenta metros en el campo, vio un vago sendero que lo
condujo en perfecta linea oblicua al monte. Alli estaba el malacara,
deshojando arboles.
La cosa era muy simple: el malacara, cruzando un dia el chircal, habia
hallado la brecha abierta en el monte por un incienso desarraigado.
Repitio su avance a traves del chircal, hasta llegar a conocer
perfectamente la entrada del tunel. Entonces uso del viejo camino que
con el alazan habian formado a lo largo de la linea del monte. Y aqui
estaba la causa del trastorno del alazan: la entrada de la senda
formaba una linea sumamente oblicua con el camino de los caballos, de
modo que el alazan, acostumbrado a recorrer esta de sur a norte y
jamas de norte a sur, no hubiera hallado jamas la brecha.
En un instante estuvo unido a su companero, y juntos entonces, sin mas
preocupacion que la de despuntar torpemente las palmeras jovenes, los
dos caballos decidieron alejarse del malhadado potrero que sabian ya
de memoria.
El monte, sumamente raleado, permitia un facil avance, aun a caballos.
Del bosque no quedaba en verdad sino una franja de doscientos metros
de ancho. Tras el, una capuera de dos anos se empenachaba de tabaco
salvaje. El viejo alazan, que en su juventud habia correteado capueras
hasta vivir perdido seis meses en ellas, dirigio la marcha, y en media
hora los tabacos inmediatos quedaron desnudos de hojas hasta donde
alcanza un pesc
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