lo hilo contiene, se sintieron ingenuamente deslumbrados por
aquel heroe capaz de afrontar el alambre de pua, la cosa mas terrible
que puede hallar el deseo de pasar adelante.
De pronto las vacas se removieron mansamente: a lento paso llegaba el
toro. Y ante aquella chata y obstinada frente dirigida en tranquila
recta a la tranquera, los caballos comprendieron humildemente su
inferioridad.
Las vacas se apartaron, y Bariguei, pasando el testuz bajo una tranca,
intento hacerla correr a un lado.
Los caballos levantaron las orejas, admirados, pero la tranca no
corrio. Una tras otra, el toro probo sin resultado su esfuerzo
inteligente: el chacarero, dueno feliz de la plantacion de avena,
habia asegurado la tarde anterior los palos con cunas.
El toro no intento mas. Volviendose con pereza, olfateo a lo lejos
entrecerrando los ojos, y costeo luego el alambrado, con ahogados
mugidos sibilantes.
Desde la tranquera, los caballos y las vacas miraban. En determinado
lugar el toro paso los cuernos bajo el alambre de pua, tendiendolo
violentamente hacia arriba con el testuz, y la enorme bestia paso
arqueando el lomo. En cuatro pasos mas estuvo entre la avena, y las
vacas se encaminaron entonces alla, intentando a su vez pasar. Pero a
las vacas falta evidentemente la decision masculina de permitir en la
piel sangrientos rasgunos, y apenas introducian el cuello, lo
retiraban presto con mareante cabeceo.
Los caballos miraban siempre.
--No pasan,--observo el malacara.
--El toro paso,--repuso el alazan.--Come mucho.
Y la pareja se dirigia a su vez a costear el alambrado por la fuerza
de la costumbre, cuando un mugido, claro y berreante ahora, llego
hasta ellos: dentro del avenal, el toro, con cabriolas de falso
ataque, bramaba ante el chacarero, que con un palo trataba de
alcanzarlo.
--iAna!... Te voy a dar saltitos...--gritaba el hombre. Bariguei,
siempre danzando y berreando ante el hombre, esquivaba los golpes.
Maniobraron asi cincuenta metros, hasta que el chacarero pudo forzar a
la bestia contra el alambrado. Pero esta, con la decision pesada y
bruta de su fuerza, hundio la cabeza entre los hilos y paso, bajo un
agudo violineo de alambres y de grampas lanzadas a veinte metros.
Los caballos vieron como el hombre volvia precipitadamente a su
rancho, y tornaba a salir con el rostro palido. Vieron tambien que
saltaba el alambrado y se encaminaba en direccion de ellos, por lo
cual los companeros, ante aquel paso
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