poniase a proseguir el montaje
de la carpidora, cuando vio llegar inesperadamente al peon a caballo.
A pesar de su orden, tenia que haber galopado para volver a esa hora.
Culpolo, con toda su logica nacional, a lo que el otro respondia con
evasivas razones. Apenas libre y concluida su mision, el pobre
caballo, en cuyos ijares era imposible contar el latido, temblo
agachando la cabeza, y cayo de costado. Mister Jones mando al peon a
la chacra, aun rebenque en mano, para no echarlo si continuaba oyendo
sus jesuiticas disculpas.
Pero los perros estaban contentos. La Muerte, que buscaba a su patron,
se habia conformado con el caballo. Sentianse alegres, libres de
preocupacion, y en consecuencia disponianse a ir a la chacra tras el
peon, cuando oyeron a mister Jones que gritaba a este, lejos ya,
pidiendole el tornillo. No habia tornillo: el almacen estaba cerrado,
el encargado dormia, etc. Mister Jones, sin replicar, descolgo su
casco y salio el mismo en busca del utensilio. Resistia el sol como un
peon, y el paseo era maravilloso contra su mal humor.
Los perros le acompanaron, pero se detuvieron a la sombra del primer
algarrobo; hacia demasiado calor. Desde alli, firmes en las patas, el
ceno contraido y atento, lo veian alejarse. Al fin el temor a la
soledad pudo mas, y con agobiado trote siguieron tras el.
Mister Jones obtuvo su tornillo y volvio. Para acortar distancia,
desde luego, evitando la polvorienta curva del camino, marcho en linea
recta a su chacra. Llego al riacho y se interno en el pajonal, el
diluviano pajonal del Saladito, que ha crecido, secado, retonado desde
que hay paja en el mundo, sin conocer fuego. Las matas, arqueadas en
boveda a la altura del pecho, se entrelazan en bloques macizos. La
tarea, seria ya con dia fresco, era muy dura a esa hora. Mister Jones
lo atraveso, sin embargo, braceando entre la paja restallante y
polvorienta por el barro que dejaban las crecientes, ahogado de fatiga
y acres vahos de nitratos.
Salio por fin y se detuvo en la linde; pero era imposible permanecer
quieto bajo ese sol y ese cansancio; marcho de nuevo. Al calor
quemante que crecia sin cesar desde tres dias atras, agregabase ahora
el sofocamiento del tiempo descompuesto. El cielo estaba blanco y no
se sentia un soplo de viento. El aire faltaba, con angustia cardiaca
que no permitia concluir la respiracion.
Mister Jones se convencio de que habia traspasado su limite de
resistencia. Desde hacia rato le golpeaba
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