tiene derecho a ello, atraveso tres o cuatro
grandes estancias lujosamente decoradas, y alzando ella misma la rica
cortina de raso con franja bordada, entro en una habitacion mas reducida
donde se hallaban congregadas varias personas. En el sillon mas proximo
a la chimenea estaba arrellanada la senora de la casa, mujer de unos
cuarenta anos, gruesa, facciones correctas, ojos negros, grandes y
hermosos, pero sin luz, la tez blanca, los cabellos de un castano claro
excesivamente finos. Al lado de ella, en una butaquita, estaba otra
senora, que formaba contraste con ella; morena, delgada, menuda, de
extraordinaria movilidad, lo mismo en sus ojillos penetrantes que en
toda su figura. Era la marquesa de Alcudia, de la primer nobleza de
Espana. Las tres jovenes que sentadas en sillas seguian la fila, eran
sus hijas, muy semejantes a ella en el tipo fisico, si bien no la
imitaban en la movilidad: rigidas y silenciosas, los ojos bajos, con
modestia y compostura tan afectadas, que pronto se echaba de ver el
regimen severo a que las tenia sometidas su viva y nerviosa mama. Con
una de ellas hablaba de vez en cuando en voz baja la hija de los senores
de Calderon, nina de catorce o quince anos, carirredonda, de ojos
pequenos, nariz arremolachada y algunos costurones en el cuello,
pregoneros de un temperamento escrofuloso. Esta nina gastaba aun los
cabellos trenzados, con un lacito en la punta de la trenza, lo mismo que
la ultima de las de Alcudia, con quien sostenia timida e intermitente
conversacion. Esta, y sus hermanas, llevaban en la cabeza sendos y
caprichosos sombreros, mientras Esperancita (que asi nombraban a la hija
de los amos) andaba con su cabecita redonda al descubierto. El traje una
_matinee_ azul, demasiadamente corta para sus anos. Los senores de
Calderon solo tenian esta hija y un nino de dos anos. Frente a la
senora, reclinado en una butaca igual, estaba el general Patino, conde
de Morillejo. Hallase entre los cincuenta y sesenta, pero conserva en
sus ojos el fuego de la juventud; sus cabellos grises estan
esmeradamente peinados, los largos bigotes a lo Victor Manuel, la
perilla apuntada, la nariz aguilena le dan un aspecto simpatico y
gallardo. Es el tipo perfecto del veterano aristocrata. A su lado, en
otra butaca, estaba Calderon, hombre de unos cincuenta anos, grueso, de
cara redonda y sonrosada, adornada por cortas patillas grises; los ojos
redondos, vagos y mortecinos. Cerca de el una senora anciana, que era l
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