lo
que pasaba en Belen. Llevaba una varita en la mano para mostrar las
figuras, y una pandereta para acompanarse cuando cantaba villancicos.
Tenia dos o tres tonadillas monotonas y unos cuantos versos monorrimos.
Entre las figuritas del nacimiento habia una mujer desastrada, que sin
duda era la bufona. Recuerdo la cancion que le dirigia la _Curriqui_.
Era asi:
Orra Mari Domingui
Beguira orri
Gurequin naidubela
Belena etorri.
(Ahi esta Mari Domingui. iMiradla que facha! Quiere venir con nosotros a
Belen.)
Y la _Curriqui_ seguia:
Gurequin naibadezu Belena etorri Atera bearco dezu Gona zar hori.
(Si quieres venir con nosotros a Belen, tendras que quitarte esa falda
vieja.)
El publico de pescadores y de chicos celebraba estos detalles
naturalistas.
La _Curriqui_ volvia el dia de Reyes a su escenario de Aguirreche, con
una capa blanca y una corona de laton, a cantar otras canciones.
Este dia, algunos pastores del monte bajaban a las casas y entonaban
villancicos con voces agudas y roncas, acompanandose de panderos y de
zambombas.
Si el ama de la casa les daba algunos cuartos, decian en el villacinco
que se parecia a la Virgen; en cambio, si no les daba nada, le acusaban
de ser una vieja bruja.
VIII
CORRERIAS DE CHICO
Tanto me habian hablado de la maldad de los chicos, que fui a la escuela
como un borrego que llevan al matadero.
Yo estaba dispuesto a luchar, como Martin Perez de Irizar, contra
cualquier Juan Florin que me atacase, aunque mis fuerzas no eran muchas.
Al principio me puso el maestro entre los ultimos, lo que me avergonzo
bastante; pero pase pronto al grupo de los de mi edad.
El maestro, don Hilario, era un castellano viejo que se habia empenado
en ensenarnos a hablar y a pronunciar bien. Odiaba el vascuence como a
un enemigo personal, y creia que hablar como en Burgos o como en Miranda
de Ebro constituia tal superioridad, que toda persona de buen sentido,
antes de aprender a ganar o a vivir, debia aprender a pronunciar
correctamente.
A los chicos nos parecia una pretension ridicula el que don Hilario
quisiera dar importancia a las cosas de tierra adentro. En vez de
hablarnos del Cabo de Buena Esperanza o del Banco de Terranova, nos
hablaba de las vinas de Haro, de los trigos de Medina del Campo.
Nosotros le temiamos y le despreciabamos al mismo tiempo.
El comprendia nuestro desamor por cuanto constituia sus afectos, y
contestaba, instintivamente, od
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