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an en su poder; otros que echaban al agua a sus enemigos, metidos en una jaula y con los ojos vaciados. Nos hacia temblar, pero le oiamos. Hay un fondo de crueldad en el hombre, y sobre todo en el nino, que goza obscuramente cuando la barbarie humana sale a la superficie. Casi siempre, al hablar de las piraterias y de las brutalidades de los barcos negreros, Yurrumendi solia recordar una cancion en vascuence. --Esta cancion--solia decir--la cantaba Gastibeltza, un piloto paisano nuestro, de un barco negrero en donde yo estuve de grumete. Gastibeltza solia cantarla cuando dabamos vuelta al cabrestante para levantar el ancla, o cuando se izaba algun fardo. --?Como era la cancion?--le deciamos nosotros, aunque la sabiamos de memoria--. iCantela usted! Y el cantaba con su voz ronca de marino, formada por los frios, las nieblas, el alcohol y el humo de la pipa: Ateraquiyoc Emanaquiyoc Aurreco orri Elduaquiyoc Orra! Orra! Cinzaliyoc Itsastarra oh! oh! Balesaquiyoc. Lo que queria decir en castellano: "Sacale! Dale! A ese de adelante, agarrale. Ahi esta, ahi esta, cuelgale, marinero, oh! oh! Puedes estar satisfecho." Nadie cantaba esta cancion como Yurrumendi; al oirla, yo me figuraba una tripulacion de piratas al abordaje, trepando por las escalas de un barco, con el cuchillo entre los dientes. Para Zelayeta y para mi, los relatos de Yurrumendi fueron una revelacion. Estabamos decididos; seriamos piratas, y despues de aventuras sin fin, de desvalijar navios y bergantines, y burlarnos de los cruceros ingleses; despues de realizar el tesoro de viejas onzas mejicanas y piedras preciosas, que tendriamos en una isla desierta, volveriamos a Luzaro a contar, como Yurrumendi, nuestras hazanas. Si por si acaso teniamos loro, para que no nos denunciase, como contaba la _Inure,_ le atariamos una piedra al cuello y lo tirariamos al mar. Zelayeta hizo el plano de la casa que construiriamos fuera del pueblo, en un alto, cuando volvieramos a Luzaro. En aquella epoca, Yurrumendi era nuestro modelo; soliamos andar, como el, balanceandonos con las piernas dobladas y los punos cerrados, y fumabamos en pipa, aunque yo, por mi parte, a los dos chupadas no podia con el mareo. Cuando nuestro amigo, el viejo lobo de mar, estaba mas alegre que de ordinario, contaba cuentos. Sus cuentos no se diferenciaban gran cosa de las historias que el tenia por verdaderas. Pero entre ellos habia uno a quien el da
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