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a imposible; no habia saliente donde agarrarse y el bote se movia. --?Si echaramos el ancla?--me pregunto mi companero. --?Para que? Aqui debe haber mucho fondo--conteste yo. Me acordaba de lo que decia Yurrumendi. --?Que hacemos entonces? ?Salir de este agujero?--pregunto. Recalde estaba deseandolo. --Echa el ancla ahi arriba, a ver si se sujeta--le dije yo, indicando aquella especie de balcon. Lo intentamos, y a la tercera vez uno de los garfios quedo entre las piedras. Subi yo por la cuerda a la plataforma, y despues el. Desenganchamos el ancla, por si la cuerda nos podia servir, y descansamos. Estabamos sobre una cornisa de piedra carcomida, llena de agujeros y de lapas, que corria en pendiente suave hacia el interior de la cueva. Unos pasos mas adentro, en su borde, habia un tronco de arbol, lo que me dio la impresion de que esta cornisa era un camino que llevaba a alguna parte. El _Cachalote_, abandonado ya, lleno de agua, comenzo a marchar hacia el fondo de la gruta, dio en una piedra y se hundio rapidamente. Yo me adelante unos metros. La cornisa en donde estabamos se continuaba siempre con aquel tronco de arbol carcomido en el borde. --Vamos a ver si de aqui se puede salir a algun lado--dije yo. --Vamos--repitio Recalde, tembloroso. Realmente, si no teniamos salida, nuestra situacion, en vez de mejorar, habia empeorado. Avanzamos con precaucion, afirmando el paso; al principio se veia bien, luego la obscuridad se fue haciendo intensa. Las olas entraban y hacian retemblarlo todo; rugian furiosas, con su voz ronca, en medio de las tinieblas, y aquel estrepito del mar parecia una algarabia infernal de clamores y de lamentos. A los treinta o cuarenta pasos de negrura comenzamos a ver delante de nosotros una palida claridad. Se adivinaban a esta luz incierta las piramides afiladas de las rocas, las estalacitas blancas del techo y, abajo, el mar, hirviendo en espumas, semejaba una aglomeracion de monstruos de plata revolviendose en un torbellino. Era realmente extraordinario. El choque de las olas hacia temblar las rocas, y su ruido iba repercutiendo en todos los agujeros y anfractuosidades de la gruta. --Mira, mira--le dije a Recalde. Mi amigo, temblando, murmuro: --Shanti, volvamos atras. --No, no--le conteste yo--. Aqui debe haber un agujero por donde viene la luz. El tronco de arbol del borde de la cornisa indicaba que en otro tiempo habia andado por alli gente. Seguimo
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