scas y tiempos duros.
Cuando pise Cadiz, senti un verdadero placer. Hubiese querido ir a
Luzaro, pero el curso empezaba, y don Ciriaco opino que no debia perder
ni un dia de clase. El capitan me presento en la escuela de San Fernando
y me llevo a casa de una senora conocida suya en esta ciudad, para que
me tuvieran de huesped.
De la escuela de San Fernando saldria piloto primero, despues haria un
par de viajes y luego don Ciriaco se retiraria, dejandome que le
substituyera en el mando de la _Bella Vizcaina._
[Ilustracion]
II
HISTORIA DE LA "BELLA VIZCAINA"
El primer sabado del curso, por la tarde, don Ciriaco se presento en mi
casa, en San Fernando, y me dijo:
Vente a dormir al barco. Manana tenemos que ir a Cadiz. Te voy a
presentar en casa de Cepeda. Lleva el traje nuevo.
El senor don Matias Cepeda era el socio principal de la Sociedad naviera
Vasco-Andaluza, Cepeda y Compania, propietaria de la fragata que mandaba
don Ciriaco y de otros muchos buques.
Fuimos al barco, dormi yo en mi camarote y por la manana me despertaron
dos golpes en la puerta.
--iEh, Shanti!--me dijo don Ciriaco--, ya es hora. Duermes como un
liron.
Me levante, me vesti y me acicale todo lo posible. Los marineros de la
fragata, vestidos de dia de fiesta, nos esperaban en el bote; entramos
don Ciriaco y yo, y nos dirigimos al puerto de Cadiz. En el camino mi
capitan me explico en vascuence que la visita la haciamos principalmente
a la senora de Cepeda, una vascongada, paisana nuestra, casada primero
con Fermin Menchaca y despues con don Matias Cepeda, un almacenista,
socio del primer marido.
Desembarcamos en el muelle, pasamos la puerta del Mar y seguimos por una
calle proxima a la muralla.
Llegamos cerca de la Aduana, y don Ciriaco se detuvo delante de una casa
grande, con miradores.
--Aqui es--dijo.
Entramos en un portal altisimo, enlosado de marmol. Lo cruzamos. Llamo
el capitan; un criado abrio la cancela y nos paso a un patio con el
suelo tambien de marmol, el techo encristalado y las galerias con
arcadas.
Precedidos por el criado, subimos la escalera monumental, y,
recorriendo un pasillo, llegamos a un salon inmenso, con grandes espejos
y medallones.
Esperamos un rato y aparecio la duena de la casa, dona Hortensia, una
mujer opulenta, hermosisima.
Nos recibio con gran amabilidad. Don Ciriaco estuvo muy cortesano con
ella. Realmente, el viejo capitan era un hombre de salon.
Don Ciriaco, ex
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