s avanzando y salimos debajo de una
chimenea inclinada que formaban dos lajas de pizarra. Quedaban restos de
tramos de una escalera. Recalde, mas agil que yo, trepo hasta arriba, y
yo subi despues de el, ayudandome de la cuerda.
Estabamos entre las rocas del Izarra; nos faltaban unos metros para
llegar hasta el camino del acantilado. Recalde me confeso que paso
momentos de miedo terrible en aquella maldita cueva. Yo intente
convencerle de que dentro de ella no habia nada extraordinario mas que
juegos de luz y de sombra.
La fila de troncos de arbol que habia en el camino indicaba que por alli
se habian hecho desembarcos de armas o de contrabando en otras epocas.
Bajamos del Izarra y salimos por entre las penas a la punta del Faro.
Recalde sabia que en un pequeno fondeadero, labrado entre las rocas del
promontorio donde se levantaba la torre solia haber una barca que el
torrero utilizaba para pescar; fuimos alla y encontramos la lancha; pero
estaba atada con una cadena.
Llamamos en el faro, y una vieja nos dijo que el torrero habia ido a
Elguea. Por otra parte, el que tenia la llave de la cadena de la lancha
era un senor que vivia en la primera casa de Izarte.
--Este senor estara ahora en la playa. Idos por el arenal y lo
encontrareis.
Avanzamos por la playa de las Animas. Primero encontramos un hombre
alto, rojo, con patillas cortas, a quien explicamos lo que nos pasaba y
que no parecio entendernos.
Este hombre se reunio con nosotros y fuimos juntos mas lejos, donde
estaba un senor con una nina. Volvimos a explicar lo que nos pasaba y el
senor se levanto y hablo con el hombre alto. Luego, los dos hombres, la
nina, Recalde y yo nos acercamos al fondeadero de la punta del Faro; el
senor desato la barca y el y el hombre alto entraron en ella.
Nosotros ibamos a embarcarnos, pero el senor nos dijo:
--Vosotros quedaos ahi.
El senor se puso al timon, el hombre izo la vela, y la lancha comenzo a
marchar rapidamente hacia Frayburu. Una hora despues volvian, trayendo a
Zelayeta.
El viejo nos pregunto nuestros nombres, y cuando yo le dije el mio se
quedo mirandome fijamente.
Los tres aventureros reunidos volvimos a Luzaro, cansados, destrozados.
En mi casa no pude ocultar la aventura; tuve que contarlo todo. Mi madre
y la _Inure_ se hacian cruces.
--iQue chico! iQue chico!--decian las dos.
Desde aquel dia Joshe Mari Recalde comenzo a mirarme con gran
estimacion. El no haberme asustado tanto como el
|