no me conviene.
Habian querido una vez nombrarle concejal; pero el se opuso con todas
sus fuerzas.
--Pero, hombre, ?por que no quieres ser concejal?
--Antes me matan--dijo el--que obligarme a llevar una levita de cola de
golondrina.
Esta levita, tan aborrecida por Zelayeta, era el frac que, en ciertas
solemnidades de Luzaro, hay la costumbre de que lo vistan los
concejales.
Zelayeta, padre, a pesar de sus genialidades y de sus rabotadas, era
hombre de tendencia progresiva; le gustaba suscribirse a los libros por
entregas, sobre todo para que los leyese su hijo.
Los primeros meses de escuela mi madre me enviaba a la _Inure_, a la
salida, y aunque la buena vieja no era muy severa conmigo, tenia que
marchar a su lado, mientras mis camaradas campaban solos por donde
querian.
Despues de muchas suplicas y reclamaciones, consegui libertad para ir y
venir a la escuela sin rodrigon vigilante. Mi madre me recomendaba que
anduviera por donde quisiera, menos por el muelle, lo cual significaba
lo mismo que decirme que fuera a todos lados y a ninguno.
A pesar de sus advertencias, al salir de la escuela echaba a correr
hasta las escaleras del muelle.
Otros chicos, en general los de familias terrestres o terraqueas, como
dicen algunos en Luzaro, tenian mas aficion a ir al juego de pelota;
nosotros, los de familia marinera, entre los que nos contabamos Recalde,
Zelayeta y yo, nos acercabamos al mar.
Veiamos salir y entrar las barcas; veiamos a los chicos que se
chapuzaban, desnudos, en la punta de Cay luce, y a los pescadores de
cana haciendo ejercicio de paciencia. Los pescadores nos conocian.
iQue sorpresa cuando aparecia, al final de un aparejo, un pulpo con sus
ojos miopes, redondos y estupidos, su pico de lechuza y sus horribles
brazos llenos de ventosas! Tampoco era pequena la emocion cuando salia
enroscada una de esas anguilas grandes, que luchaban valientemente por
la vida, o uno de esos sapos de mar, inflados, negros, verdaderamente
repugnantes.
Cuando no nos vigilaba nadie nos descolgabamos por las amarras y
correteabamos por las gabarras y lanchones, y saltabamos de una barca a
otra.
En este punto de la independencia infantil se va ganando terreno
velozmente, y yo fui avanzando en mi camino, con tal rapidez que llegue
en poco tiempo a gozar de completa libertad.
Muchas veces dejaba de ir a la escuela con Zelayeta y Recalde. Don
Hilario, el maestro, mandaba recados a casa avisando que el dia ta
|