iando al pueblo y a todo lo que era
vasco.
Nos solia pegar con furia.
A mi me salvo muchas veces de las palizas la recomendacion de mi madre
de que no me pegara, porque me encontraba todavia enfermo.
Yo, comprendiendo el partido que podia sacar de mis enfermedades, solia
fingir un dolor en el pecho o en el estomago para esquivar los castigos.
Me libre muchas veces de los golpes; pero perdi mi reputacion de hombre
fuerte. "Este chico no vale nada", decian de mi; y hasta hoy creen lo
mismo.
Ahora se rie uno pensando en las marrullerias infantiles; pero si se
intenta volver con la imaginacion a la epoca, se comprende que los
primeros dias de la escuela han sido de los mas sombrios y lamentables
de la vida.
Despues se han pasado tristezas y apuros, ?quien no los ha tenido? Pero
ya la sensibilidad estaba embotada; ya dominaba uno sus nervios como un
piloto domina su barco.
Si; no es facil que los de mi epoca, al retrotraerse con la memoria a
los tiempos de la ninez, recuerden con carino las escuelas y los
maestros que nos amargaron los primeros anos de la existencia.
Esta impresion de la escuela, fria y humeda, donde se entumecen los
pies, donde recibe uno, sin saber casi por que, frases duras, malos
tratos y castigos, esa impresion es de las mas feas y antipaticas de la
vida.
Es extrano; lo que ha comprendido el salvaje, que el nino, como mas
debil, como mas tierno, merece mas cuidado y hasta mas respeto que el
hombre, no lo ha comprendido el civilizado, y entre nosotros, el que
seria incapaz de hacer dano a un adulto, martiriza a un nino con el
consentimiento de sus padres.
Es una de las muchas barbaridades de lo que se llama civilizacion.
A los pocos dias de entrar en la escuela entable amistad con dos chicos
que han seguido siendo amigos mios hasta ahora: el uno, Jose Mari
Recalde; el otro, Domingo Zelayeta.
Jose Mari era hijo de Juan Recalde, el Bravo. Llamaban asi a su padre
por haber demostrado, repetidas veces, un valor extraordinario; Jose
Mari iba por el mismo camino: se mostraba arrojado y valiente.
El otro chico, Chomin Zelayeta, era hijo de un tornero y vendedor de
poleas del muelle.
Chomin se distinguia por su viveza y por su ingenio. El padre era un
tipo, hombre energico, de caracter fuerte y un poco fosco, que
encontraba motivos raros para sus decisiones.
--?Por que no se casa usted de nuevo, Zelayeta?--le dijo alguno.
--No, no; ?para que? Tendria que hacer mayor la casa, y
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