enir a Luzaro.
La historia de la _Inure_ me sobreexcito aun mas, y exalto mi
imaginacion hasta un grado extremo. De noche me figuraba ver a mi tio en
su calabozo, lamentandose, desnudo, con las letras grabadas en la
espalda, que se destacaban de un modo terrible.
Por esta epoca, y para que se fijara mas en mi la memoria de mi tio, se
celebro su funeral en Luzaro. Al parecer, mi abuela recibio del consul
de un pueblo de Irlanda una carta participandole que Juan de Aguirre
habia muerto. ?Pero era verdad? La _Inure_ aseguro, rotundamente, que
no.
Recuerdo muy bien el dia del funeral; tan grabado quedo en mi memoria.
Mi madre me desperto al amanecer; ella estaba ya vestida de negro; yo me
vesti rapidamente, y salimos los dos al camino con la _Inure._
Era una manana de otono; el pueblo comenzaba a desperezarse, las brumas
iban subiendo por el monte Izarra y del puerto salia, despacio, una
goleta.
Llegamos a Aguirreche; estuvimos un momento, y despues, mi abuela, la
tia Ursula y mi madre, vestidas con mantos de luto, y yo con la _Inure,_
nos dirigimos a la iglesia.
La alta nave se encontraba obscura y desierta; en medio, delante del
altar mayor, la cerora y el sacristan iban vistiendo de negro un
catafalco mortuorio; en el suelo se entreveian una porcion de objetos,
trozos de madera, en donde se arrollan las cerillas amarillentas, y
cestas con panos negros.
Mi abuela, mi madre y mi tia se reunieron con la cerora, y las cuatro
anduvieron de un lado a otro, disponiendo una porcion de cosas.
La _Inure_ queria que me sentara en uno de los bancos proximos al
tumulo, donde tenian que colocarse los parientes a presidir el duelo;
pero a mi me daba miedo estar alli solo.
Anduve detras de mi madre, cogido a su falda, sin dejarla hacer nada,
hasta que vino el viejo Irizar, con su traje negro y su sombrero de
copa, y me tuve que sentar junto a el en el banco del centro.
Poco a poco fueron entrando mujeres vestidas de luto, que se
arrodillaban, extendian panos negros en el suelo, desarrollaban la
cerilla amarillenta y la encendian.
Los cirios, en el altar mayor, comenzaron a arder, y a su luz
resplandecio todo el retablo churrigueresco, dorado, retorcido, con sus
columnas salomonicas y sus racimos de uvas.
Arriba del crucero de la iglesia, colgaba el barco de vela y se
balanceaba suavemente, como si fuera navegando hacia los esplendores de
oro que brillaban en el altar mayor.
Comenzo a sonar una campana; la
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