os
inquietos del gigante. Pero una orden venida de abajo acabo con estos
juegos, restableciendo el silencio. Todavia la traductora rugio su
ultima orden, antes de partir.
--Gentleman-Montana, ilas manos atras! Gillespie lo hizo asi, y, apenas
hubo cruzado sus manos sobre la espalda, sintio en torno de las munecas
algo que parecia vivo y se enrollaba con una prontitud inteligente. Era
el cable metalico de la maquina que iba a volar detras de el. Al mismo
tiempo, otro monstruo del aire descendio con toda confianza al verle con
las manos sujetas, y quedo flotando cerca de sus ojos.
Ahora pudo ver bien a sus tripulantes: cuatro jovenes rubias, esbeltas y
de aire amuchachado. Gillespie hasta les encontro cierta semejanza con
miss Margaret Haynes cuando jugaba al _tennis_. Estas amazonas del
espacio le saludaron con palabras ininteligibles, enviandole besos. El
sonrio, y al oir las carcajadas de ellas pudo adivinar que su sonrisa
debia parecerles horriblemente grotesca. Estos seres pequenos veian todo
lo suyo ridiculamente agrandado.
La consideracion de su caricaturesca enormidad le puso triste, pero las
guerreras aereas volvieron a enviarle besos, como un consuelo, y hasta
una de ellas dirigio contra su nariz dos rosas que llevaba en el pecho.
Querian pedirle, sin duda, perdon por lo que iban a hacer con el
cumpliendo ordenes superiores.
Del fondo de la maquina voladora partio, silbando, un hilo plateado,
que, despues de dar varias vueltas en el aire como una serpiente
delgadisima, se metio por la cabeza de Gillespie, no parando hasta sus
hombros. El ingeniero se sintio cogido lo mismo que las reses de las
praderas americanas a las que echan el lazo. Un pequeno alejamiento del
avion, que tenia la forma y los colores de un lagarto alado, estrecho en
torno del cuello de Edwin el cable metalico.
Bajando sus ojos pudo examinarlo de cerca. Parecia hecho de un platino
flexible y era inutil todo intento de romperlo. Por el contrario, un
movimiento violento bastaria para que se introdujese en su carne lo
mismo que una navaja de afeitar, como habia dicho el profesor hembra.
Las tripulantes del lagarto aereo tiraron ligeramente de este hilo
metalico, y Gillespie, comprendiendo el aviso, dio el primer paso.
Ningun obstaculo terrestre se oponia a su marcha. La pradera estaba
ahora limpia de gente, lo mismo que los linderos del bosque. Todas las
maquinas rodantes, asi como las tropas de a pie y a caballo, habian
abierto la m
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