za entre la Pampa y
la Patagonia. Las dos cintas de terreno de sus orillas representaban
miles de kilometros de suelo fertil aportado por el rio en su viaje de
los Andes al mar. En una seccion de este barranco inmenso era donde
trabajaban los hombres para elevar el nivel de las aguas unos cuantos
metros, fecundando los campos proximos.
Celinda daba gritos para excitar al caballo, como si necesitase
comunicarle su alegria. Iba al encuentro de lo que mas le interesaba
en todo el pais. Al seguir una revuelta del rio se abrio la superficie
de este ante sus ojos, formando una laguna tranquila y desierta. En
ultimo termino, donde se estrechaban sus orillas aprisionando y
alborotando las aguas, vio los ferreos perfiles de varias maquinas
elevadoras, asi como las techumbres de cinc o de paja de una
poblacion. Era el antiguo campamento de la Presa, que se transformaba
rapidamente en un pueblo. Todas sus construcciones parecian aplastadas
sobre el suelo, sin una torrecilla, sin un doble piso que animase su
platitud monotona.
Como la curiosidad de la joven no llegaba hasta el pueblo, refreno la
velocidad de su caballo y marcho al paso hacia unos grupos de hombres
que trabajaban lejos del rio, casi en el sitio donde empezaba a
remontarse la llanura, iniciando la ladera de la altiplanicie
correspondiente a la Pampa.
Estos peones, unos de origen europeo, otros mestizos, removian y
amontonaban la tierra, abriendo pequenos canales para la irrigacion.
Dos maquinas, acompanadas por el mugido de sus motores, excavaban
igualmente el suelo para facilitar el trabajo humano.
Miro Celinda en torno a ella con ojos de exploradora, y volviendo su
espalda a las cuadrillas de trabajadores, se dirigio hacia un hombre
aislado en una pequena altura. Este hombre ocupaba un catrecillo de
lona ante una mesa plegadiza. Iba vestido con traje de campo y botas
altas. Tenia un gran sombrero caido a sus pies y apoyaba la frente en
una mano, estudiando los papeles puestos sobre la mesilla.
Era un joven rubio, de ojos claros. Su cabeza hacia recordar las de
los atletas griegos tales como las ha eternizado la escultura, tipo
que reaparece con una frecuencia inexplicable en las razas nordicas de
Europa: la nariz recta, la cabellera de cortos rizos invadiendo la
frente baja y ancha, el cuello vigoroso. Se hallaba tan ensimismado en
el estudio de sus papeles, que no vio llegar a Flor de Rio Negro.
Esta habia desmontado sin abandonar su lazo. Con la astu
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