es humanos,
identicos en sus formas a los componentes de todas las muchedumbres.
Pero lo que el creia matorrales eran arboles iguales a todos los arboles
y formando un bosque que se perdia de vista. Lo verdaderamente
extraordinario era la falta de proporcion, la absurda diferencia entre
su propia persona y cuanto le rodeaba. Estos hombres, estos arboles, asi
como los caballos en que iban montados algunos de aquellos, hacian
recordar las personas y los paisajes cuando se examinan con unos gemelos
puestos al reves, o sea colocando los ojos en las lentes gruesas, para
ver la realidad a traves de las lentes pequenas.
Gillespie abrio y cerro su ojo repetidas veces, y al fin tuvo que
convencerse de que estaba rodeado de un mundo extraordinariamente
reducido en sus dimensiones. Los hombres eran de una estatura entre
cuatro o cinco pulgadas. Personas, animales y vegetales,
partiendo reducido tipo minusculo, guardaban entre ellos las mismas
proporciones que en el mundo de los hombres ordinarios.
--iIgual que le ocurrio a Gulliver!--se dijo el ingeniero--. Debo estar
sonando, a pesar de que me creo despierto.
Y para convencerse de que no dormia, quiso mover su brazo derecho. Aun
perduraba en el la torpeza sufrida en la noche anterior. Se acordo de
las picaduras y de la paralisis que se habia extendido luego por sus
miembros. Al principio, el brazo se nego a reflejar el impulso de su
voluntad; pero finalmente consiguio despegarlo del suelo con un gran
esfuerzo. Iba a continuar este movimiento, cuando noto que una fuerza
exterior, violenta e irresistible, tiraba de su brazo hasta colocarlo
horizontalmente, y lo mantenia de este modo en vigorosa tension. Al
mismo tiempo sintio en su muneca un dolor circular, lo mismo que si un
anillo frio oprimiese y cortase sus carnes.
Una explosion de regocijo estallo en torno de la cabeza de Gillespie, un
huracan de gritos, carcajadas y aclamaciones. La muchedumbre enana reia
al verle con el brazo en alto, inmovilizado por el tiron de esta fuerza
incomprensible para el.
Abrio Edwin los dos ojos para mirar su brazo, erguido como una torre,
fijandose en la muneca, donde continuaba el agudo anillo de dolor. Vio
que de esta muneca salia un hilo sutil y brillante, que hacia recordar
los filamentos al final de los cuales se balancean las aranas. Tambien
al extremo de este hilo, que parecia metalico, habia una especie de
arana enorme y susurrante. Pero no pendia del hilo, sino que, al
contrar
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