tros
completamente libres, que se complacian en pasar y repasar sobre la
nariz del prisionero. Eran dragones rojos y verdes, serpientes de
enroscada cola, peces de lomo redondo, todos con alas, con escamas de
diversos colores y con ojos enormes. Gillespie adivino que eran las
luciernagas que en la noche anterior lanzaban mangas de luz por sus
faros, ahora extinguidos.
Una de las naves aereas detuvo su vuelo para bajar en graciosa espiral,
hasta inmovilizarse sobre el pecho del coloso. Asomaron entre sus alas
rigidas los cuatro tripulantes, que reian y saltaban con un regocijo
semejante al de las colegialas en las horas de asueto.... Al mismo
tiempo otros monstruos de actividad terrestre se deslizaron por el
suelo, cerca del cuerpo de Gillespie. Eran a modo de juguetes mecanicos
como los que habia usado el siendo nino: leones, tigres, lagartos y aves
de aspecto fatidico, con vistosos colores y ojos abultados. En el
interior de estos automoviles iban sentadas otras personas diminutas,
iguales a las que navegaban por el aire.
Parecian venir de muy lejos, y la muchedumbre pedestre abria paso
respetuosamente a sus vehiculos. Estos recien llegados tambien reian al
ver al gigante, con un regocijo pueril, mostrando en sus gestos y sus
carcajadas algo de femenino, que empezo a llamar la atencion de
Gillespie.
Iba ya transcurrida una hora, y el prisionero empezaba a encontrar
penosa su inmovilidad, cuando se hizo un profundo silencio. Procurando
no moverse, torcio a un lado y a otro sus ojos para examinar a la
muchedumbre. Todos miraban en la misma direccion, y Gillespie se creyo
autorizado para volver la cabeza en identico sentido. Entonces vio, como
a dos metros de su rostro, un gran vehiculo que acababa de detenerse.
Este automovil tenia la forma de una lechuza, y los faros que le servian
de ojos, aunque apagados, brillaban con un resplandor de pupilas verdes.
Dentro del vehiculo, un personaje rico en carnes estaba de pie, teniendo
ante su boca el embudo de un portavoz. Al fin alguien iba a hablarle.
Por esto sin duda acababa de hacerse un profundo silencio de curiosidad
y de respeto en la muchedumbre.
Sono la voz del abultado personaje, que era dulce y temblona como la de
una dama sentimental, pero con el agrandamiento caricaturesco de la
bocina.
--Gentleman: queda usted autorizado para mover la cabeza, para
levantarla, si es que puede, y para cambiar de postura con cierta
suavidad, sin poner en peligro a la muc
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