e era poseedor de cuatro leguas de tierra compradas en sus tiempos
de abundancia, por un capricho, sin saber ciertamente lo que adquiria.
Muchos hombres arruinados ven de pronto en la agricultura un medio de
rehacer sus negocios, a pesar de que ignoran lo mas elemental para
dedicarse al cultivo de la tierra. Este criollo, acostumbrado a una
vida de continuos derroches en Paris y en Buenos Aires, creyo poder
realizar el mismo milagro. El, que nunca habia querido preocuparse de
la administracion de una estancia cerca de la capital, con inagotables
prados naturales en los que pastaban miles de novillos, tuvo que
llevar la vida dura y sobria del jinete rustico que se dedica al
pastoreo en un pais inculto. Lo que sus abuelos habian hecho en los
ricos campos inmediatos a Buenos Aires, donde el cielo derrama su
lluvia oportunamente, tuvo que repetirlo Rojas bajo el cielo de bronce
de la Patagonia, que apenas si deja caer algunas gotas en todo el ano
sobre las tierras polvorientas.
El antiguo millonario sobrellevaba con dignidad su desgracia. Era un
hombre de cincuenta anos, mas bien bajo que alto, la nariz aguilena y
la barba canosa. En medio de una existencia ruda conservaba su
primitiva educacion. Sus maneras delataban a la persona nacida en un
ambiente social muy superior al que ahora le rodeaba. Como decian en
el inmediato pueblo de la Presa, era un hombre que, vistiese como
vistiese, tenia aire de senor. Llevaba casi siempre botas altas, gran
chambergo y poncho. Pendiente de su diestra se balanceaba el pequeno
latigo de cuero, llamado rebenque.
Los edificios de su estancia eran modestos. Los habia construido a la
ligera, con la esperanza de mejorarlos cuando aumentase su fortuna;
pero, como ocurre casi siempre en las instalaciones campestres, estas
obras provisionales iban a durar mas anos tal vez que las levantadas
en otras partes como definitivas. Sobre las paredes de ladrillo
cocido, sin revoque exterior, o de simples adobes, se elevaban las
techumbres hechas con planchas de cinc ondulado. En el interior de la
casa del dueno los tabiques solo llegaban a cierta altura, dejando
circular el aire por toda la parte alta del edificio. Las
habitaciones eran escasas en muebles. La pieza que servia de salon,
despacho y comedor, donde don Carlos recibia a sus visitas, estaba
adornada con unos cuantos rifles y pieles de pumas cazados en las
inmediaciones. El estanciero pasaba gran parte del dia fuera de la
casa, inspecciona
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