ue se encargo de envalentonar su timidez con
prometedoras sonrisas y palabras tiernas. En realidad, Edwin no supo con
certeza si fue el quien se atrevio a declarar su amor, o fue ella la que
con suavidad le impulso a decir lo que llevaba muchos meses en su
pensamiento, sin encontrar palabras para darle forma.
Margaret acepto su amor, fueron novios, y desde este momento, que debia
haber sido para Gillespie el de mayor felicidad, empezo a tropezar con
obstaculos. Seguro ya del carino de la hija, tuvo que pensar en la
madre, que hasta entonces solo habia merecido su atencion como una dama
de aspecto imponente, muy digna de respeto, pero que siempre se mantenia
en ultimo termino, cual si desease ignorar la existencia del ingeniero.
Mistress Augusta Haynes era una senora de gran estatura y no menos
corpulencia, breve y autoritaria en sus palabras, y que contemplaba el
deslizamiento de la vida a traves de sus lentes, apreciando las personas
y las cosas con la fijeza altiva del miope. Dotada de un meticuloso
genio administrativo, sabia mantener integra la fortuna de su difunto
esposo y acrecentarla con lentas y oportunas especulaciones.
Amaba a su hija unica, tanto como detestaba a la juventud actual por su
caracter frivolo y su inmoderada aficion al baile. En las reuniones
buscaba siempre a las personas graves, lamentandose con ellas de la
ligereza y la corrupcion de los tiempos presentes. Se habia fijado en la
asiduidad con que el ingeniero seguia a su hija, en su aficion a bailar
juntos y en sus conversaciones aparte. Ademas, tenia noticias de varios
encuentros, demasiado casuales, en los paseos de la ciudad.
Como si su instinto le avisase la certeza de un amor que hasta entonces
solo habia sospechado, mistress Augusta Haynes, al llegar el invierno,
decidio pasarlo lejos de Nueva York, y fue a instalarse con su hija en
un lujoso hotel de Pasadena. Creyo, sin duda, con egoista ilusion, que
un hombre que habia ido de America a Europa para hacer la guerra era
incapaz de trasladarse igualmente de Nueva York a California detras de
su amada; pero pronto pudo convencerse de su error.
Una semana despues, al bajar por la manana al parque del hotel, vio a
Margaret jugando al _tennis_ con un _gentleman_ de pantalon blanco,
brazos arremangados y camisa de cuello abierto: el ingeniero Gillespie.
Miss Haynes, que habia hecho el viaje malhumorada y nerviosa, sonreia
ahora como si viese revolotear escuadrillas de angeles por encima
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