olver a
la superficie, trayendo una de esas flores extranas que nacen
escondidas en el lecho de las aguas profundas.
La mirada del atonito montero vagaba absorta de un lado a otro, sin
saber donde fijarse, hasta que sentado bajo un pabellon de verdura que
parecia servirle de dosel, y rodeado de un grupo de mujeres todas a
cual mas bellas, que la ayudaban a despojarse de sus ligerisimas
vestiduras, creyo ver el objeto de sus ocultas adoraciones, la hija
del noble don Dionis, la incomparable Constanza.
Marchando de sorpresa en sorpresa, el enamorado joven no se atrevia ya
a dar credito ni al testimonio de sus sentidos, y creiase bajo la
influencia de un sueno fascinador y enganoso.
No obstante, pugnaba en vano por persuadirse de que todo cuanto veia
era efecto del desarreglo de su imaginacion; porque mientras mas la
miraba, y mas despacio, mas se convencia de que aquella mujer era
Constanza.
No podia caber duda, no: suyos eran aquellos ojos obscuros y
sombreados de largas pestanas, que apenas bastaban a amortiguar la luz
de sus pupilas; suya aquella rubia y abundante cabellera, que despues
de coronar su frente se derramaba por su blanco seno y sus redondas
espaldas como una cascada de oro; suyos, en fin, aquel cuello airoso,
que sostenia su languida cabeza, ligeramente inclinada como una flor
que se rinde al peso de las gotas de rocio, y aquellas voluptuosas
formas que el habia sonado tal vez, y aquellas manos semejantes a
manojos de jazmines, y aquellos pies diminutos, comparables solo con
dos pedazos de nieve que el sol no ha podido derretir, y que a la
manana blanquean entre la verdura.
En el momento en que Constanza salio del bosquecillo, sin velo alguno
que ocultase a los ojos de su amante los escondidos tesoros de su
hermosura, sus companeras comenzaron nuevamente a cantar estas
palabras con una melodia dulcisima:
CORO
"Genios del aire, habitadores del luminoso eter, venid envueltos en un
jiron de niebla plateada.
"Silfos[1] invisibles, dejad el caliz de los entreabiertos lirios, y
venid en vuestros carros de nacar al que vuelan uncidas las mariposas.
[Footnote 1: The spirits mentioned here belong to the race of
sub-human intelligences known in the old magical doctrine as
elemental or elementary spirits, "who are formally grouped into four
broad species. The air is inhabited by the amiable race of Sylphs,
the sea by the delightful and beautiful Undines, the earth by the
indust
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