siente, que si lo consentira, pues no le
cuesta dinero ni cosa que lo valga, vamos a trasladarnos con la escena a
otra parte.
Estamos en el magnifico Muelle de Santander.
Como de ordinario, multitud de carros, bultos de mercancias, basculas,
corredores, dependientes, comerciantes, marineros, pescadores, vagos y
curiosos forasteros, en el mas agitado y bullicioso desorden, le hacen
intransitable desde la Ribera al cafe Suizo. Fijemonos un momento en
este ultimo punto, como el mas despejado. Frente a la puerta pasan tres
personas que nos son muy conocidas, y siguen, sin detenerse un segundo
ante las vidrieras del establecimiento para ver sus espejos y divanes,
hacia la punta del Muelle. Estos personajes son Andres, su padre y su
madre. El primero en medio de los otros dos, metidas las manos en los
bolsillos de sus anchos pantalones, tiradas hacia la espalda las solapas
de la levita consabida, y el hongo muy calado sobre el cogote. El tio
Nardo a la derecha, con su vestido nuevo de pano pardo, y su mujer al
otro lado, con muselina blanca a la cabeza, la saya morada de los
domingos colgada al hombro, y terciado en el brazo opuesto un gran
paraguas envuelto en funda de percal rayado. Los tres caminan sin
decirse una palabra: tio Nardo con las mas visibles muestras de
indiferencia; su mujer abismada como siempre en su pena, y mirando al
traves de sus lagrimas el barco fatal que espera a su hijo, meciendose
sobre las aguas a una milla del Muelle. En cuanto a Andres, a juzgar por
su resuelto continente y por su sonrisa desdenosa, puede asegurarse que
acaricia la ilusion de construir por su cuenta, a su vuelta de America,
un barrio tan elegante y monumental como el que va recorriendo.
Tres dias hace que llegaron del pueblo. Despachados los papeles y demas
diligencias indispensables a todo pasajero, solo se penso ya en
complacer a Andres y en proporcionarle cuantas distracciones estuvieran
al alcance de sus recursos. Tuvo este a su disposicion dos dias y cerca
de veinte duros. De modo que a la hora en que le volvemos a encontrar,
no cuenta un solo deseo que no haya visto satisfecho; es decir, se ha
bebido, vaso a vaso, mas de media cantara de agua de limon "fria como la
nieve"; ha comido, de seis en seis, mas de un ciento de merengues; ha
convidado a cuantos paisanos y conocidos hallaba al paso; ha comprado
una _sinfonia_ en una tienda de alemanes, y ha oido una misa mayor en la
Catedral. Total de gastos, con hospedaje y ali
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