orar--continuo el militar reforzando su elocuencia con un
poco de mimica,--es de deplorar que los primeros derechos concedidos por
la libertad sean mal empleados por algunos hombres. El habito de la
libertad es uno de los mas dificiles de adquirir y tenemos que sufrir
los desaciertos de los que por su natural rudeza tardan mas en adquirir
este habito. Pero no desconfiemos por eso, amigo. Usted, que es sin duda
buen liberal, y yo, que lo soy muy mucho, sabremos esperar. No
maldigamos al sol porque en los primeros momentos de la manana produce
molestia en nuestros ojos, cuando salen bruscamente de la obscuridad y
del sueno."
Parose por segunda vez el joven para tomar aliento y ver si la fisonomia
del anciano daba senales de aprobacion; pero no observo en aquel rostro
singular otra cosa que abstraccion y melancolia.
"Esos que le han detenido a usted--continuo el militar,--no son
liberales. O son agentes ocultos del absolutismo, o ignorantes soeces
sin razon ni conciencia. O libertinos sin instruccion, o alborotadores
asalariados. ?Sera preciso quitarles la libertad y no devolversela hasta
que reciban educacion o castigo? Entonces, ?habra libertad para unos, y
para otros no? Ha de haberla para todos, o quitarsela a todos. ?Y es
justo renunciar a los beneficios de un sistema por el mal uso que
algunos pocos hacen de el? No: mas vale que tengan libertad ciento que
no la comprenden, que la pierda uno solo que conoce su valor. Los males
que con ella pudieron ocasionar los ignorantes son inferiores al inmenso
bien que un solo hombre ilustrado puede hacer con ella. No privemos de
la libertad a un discreto por quitarsela a cien imprudentes."
El joven se paro por tercera vez por dos razones: primera, porque no
tenia mas que decir (insistimos en que no empleo las mismas palabras); y
segunda, porque el viejo, al llegar a su calle, se detuvo en una puerta,
y dijo: "Aqui." El viejo habia concluido, y el militar iba a dejar a su
nuevo amigo; pero noto que estaba este cada vez mas desfallecido y
corria peligro de no poder subir si le abandonaba. El locuaz y discreto
joven entro, pues, en la casa sosteniendo al realista, que apenas podia
dar un paso.
La mansion de Elias se ostentaba en la mitad de la calle de Valgame
Dios, donde hacia veces de palacio. Colocada entre dos casas _a la
malicia_, aparecia alli con proporciones gigantescas, sin que por eso
tuviera mas que dos pisos altos, de los cuales el superior gozaba la
singular pr
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