camine a Tacna, y en seguida emprendi mi
ascension a las cordilleras por el camino de Palca y de Tacora; mas, en
vez de tropezar alli con esas empinadas y agudas crestas, que se ven
figuradas en los mapas, me encontre sobre una dilatadisima planicie,
colocada a la altura de cuatro mil quinientas varas sobre el nivel del
mar, y en la que unicamente se apercibian de trecho en trecho algunas
moles conicas cubiertas de nubes. Atravesando este encumbrado llano,
vine a encontrarme luego en la cima de la cadena del Chulluncayani. Al
contemplar desde alli la dilatadisima extension que se desplegaba ante
mis ojos, y la tan grande variedad de objetos que las miradas alcanzaban
a dominar a la vez, yo saboreaba un sentimiento de indefinible
admiracion. Es cierto que se descubren paisages mas pintorescos en los
Pirineos y en los Alpes; pero nunca vi en estos un aspecto tan grandioso
y de tanta magestad. El llano Boliviano, que tiene mas de treinta leguas
de ancho, te dilataba a mis pies por derecha e izquierda hasta perderse
de vista, ofreciendo tan solo pequenas cadenas paralelas, que parecian
fluctuar como las ondulaciones del Oceano sobre esta vastisima planicie,
cuyo horizonte al norueste y al sudeste no alcanzaba yo a descubrir, al
paso que hacia el norte veia brillar, por encima de las colinas que lo
circunscriben, algunos espacios de las cristalinas aguas del famoso lago
de Titicaca, misteriosa cuna de los hijos del sol. De la otra parte de
tan sublime conjunto se divisaba el cuadro severo, que forma la inmensa
cortina de los Andes, entrecortados en picos agudos, representando la
figura exacta de una sierra. En medio de estas alturas se levantaban el
Guaina Potosi, el Illimani y el nevado de Sorata mostrando su cono
oblicuo y achatado, estos tres gigantes de los montes americanos, cuyas
resplandecientes nieves se dibujan, por sobre las nubes, en el fondo
azul oscuro de ese cielo el mas transparente y bello del mundo. Hacia el
norte y el sud la cordillera oriental va declinando poco a poco hasta
perderse totalmente en el horizonte. Si me habia yo sentido lleno de
admiracion en presencia del Tacora, aqui me hallaba transportado, y sin
embargo no era esta sino una de las faces de aquel cuadro; pues
volviendo hacia otra parte, se me revelaba un conjunto de no menores
atractivos. Yo descubria aun el Chipicani, el Tacora, y todas las
montanas del llano occidental, que acababa de trasponer, y sobre las que
mi vista se habia tantas vec
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