s
para animarlos con mi ejemplo, hasta que el soberano de los arboles de
aquellos contornos se vio trasformado en una lancha bastante espaciosa.
Hubo despues que allanar, por entre el bosque, los obstaculos que se
oponian a su marcha, de cerca de un cuarto de legua, hasta lanzarlo
sobre el rio; lo que se efectuo victoriosamente. Me felicitaba ya del
buen exito de mis deseos; pues que para llenar la mision que me habia yo
impuesto, no me faltaba otra cosa que hacer sino bogar hacia Moxos.
Mis promesas determinaron a tres Yuracarees a seguirme hasta Moxos,
sirviendome de remeros; y sin mas provisiones que algunas yucas y otras
raices, nos pusimos en marcha, abandonando las selvas. Las aguas estaban
demasiado bajas y el rio lleno de saltos: en cuatro dias, solo pudimos
andar tres leguas hasta la confluencia del rio Icho. Metidos siempre en
el agua para arrastrar la canoa y casi descalsos, durante el dia eramos
devorados por las picaduras ponzonosas de los quejenes, a los que
reemplazaban, por la noche, enjambres de mosquitos mas encarnizados
todavia. Finalmente, en la confluencia en que los dos rios reunidos
forman el rio Securi, siempre navegable, me fue preciso abandonar del
todo los lugares habitados, y entregarme, casi falto de provisiones, a
las contingencias de una navegacion cuyo termino y obstaculos no me era
dado prever; sobre todo acompanado de gentes inexpertas, que, por no
saber guardar solamente el equilibrio, exponian a volcarse a cada paso
nuestra debil embarcacion. La abundancia reino desde luego, gracias a
los buenos resultados de la pesca y de la caza; pero, a medida que
adelantabamos, la selva se hallaba cada vez mas y mas desierta, y bien
pronto nos vimos reducidos al pescado, sin sal, por todo alimento. En
fin, despues de haber visto muchos rios considerables, todos ellos
desconocidos, reunirse al que surcabamos, y al cabo de tres dias de una
navegacion penosa, continuamente al rayo abrasador del sol, o expuestos
a las lluvias tan abundantes en las regiones calurosas, se presento
nuevamente delante de nosotros el Mamore en toda su grandeza. Entonces
me olvide de los pasados sufrimientos. Me encontraba en Moxos, blanco de
mis afanes, y a la manana siguiente, despues de una ausencia de cuarenta
dias, volvi a ver la capital de la provincia, donde apenas me
reconocieron, tal era la alteracion que los trabajos habian causado en
mi semblante.
Trazado el plano de este ultimo itinerario me daba menos camino
|