l suceso extraordinario que
se estaba preparando en aquellos momentos, y que su instinto le hacia
presentir.
Este hombre habia necesitado hablar a Elena con una urgencia
angustiosa; solo asi era explicable que se decidiese a buscarla en
casa de la condesa Titonius, ?Que estarian diciendose?...
Se atrevio a pasar, fingiendo distraccion, ante la puerta del
gabinete. Ella y Fontenoy hablaban de pie, con el rostro impasible y
muy erguidos. Sus labios se movian apenas, como si temieran dejar
adivinar en sus contracciones las palabras deslizadas suavemente.
Robledo se arrepintio de su curiosidad al ver la rapida mirada que le
dirigia Fontenoy, mientras continuaba hablando a Elena, puesta de
espaldas a la puerta.
Esta mirada volvio a emocionarle como la otra. El hombre que se la
dirigia estaba tal vez en el momento mas critico de su existencia.
Hasta creyo ver en sus ojos una reconvencion. "?Por que te intereso,
si nada puedes hacer por mi?..."
No se atrevio a pasar otra vez ante la puerta. Pero obedeciendo a una
fuerza obscura mas potente que su voluntad, se mantuvo cerca de ella,
aparentando distraccion y aguzando el oido. Reconocia que su conducta
era incorrecta. Estaba procediendo como cualquiera de aquellos
murmuradores a los que habia escuchado por casualidad. Sin duda, el
ambiente de esta casa empezaba a influir en el...
Era dificil enterarse de lo que decian las dos personas al otro lado
de la puerta abierta. Ademas, los invitados habian empezado a bailar
en los salones y el pianista golpeaba rudamente el teclado.
Unas palabras confusas llegaron hasta el. La pareja del gabinete
levantaba el tono de su conversacion a causa del ruido. Tal vez las
emociones de su dialogo les hacian olvidar tambien toda reserva.
Reconocio la voz de Fontenoy.
--?Para que frases dramaticas?... Tu no eres capaz de eso. Yo soy el
que se ira... En ciertos momentos es lo unico que puede hacerse.
La musica y el ruido del baile volvieron a obstruir sus oidos. Pero
todavia, al humanizar el pianista por unos instantes su tempestuoso
tecleo, pudo escuchar otra voz. Ahora era Elena la que hablaba, lejos,
imuy lejos! con un tono de inmenso desaliento:
--Tal vez tienes razon. iAy, el dinero!... Para los que sabemos lo
que puede dar de si, ique horrorosa la vida sin el!...
No quiso oir mas. La vergueenza de su espionaje acabo por vencer a la
malsana curiosidad que le habia dominado durante unos momentos. Debia
respetar el secre
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