enardecida por el exito, empezo a declamar nuevos versos.
Como a Robledo no le interesaba la maligna conversacion de las dos
senoras, y menos aun el talento poetico de la duena de la casa,
aprovecho un momento en que esta le volvia la espalda para saludar a
sus admiradores, y paso al gabinete donde habia estado antes.
El mismo senor humilde y obsequioso con el que se habia tropezado
repetidas veces estaba ahora medio tendido en un divan y fumando, como
un trabajador que al fin puede descansar unos minutos. Se entretenia
en seguir con los ojos las espirales del humo de su cigarrillo; pero
al ver que un invitado acababa de sentarse cerca de el, creyo
necesario sonreirle, preguntando a continuacion:
--?Se aburre usted mucho?...
El espanol le miro fijamente antes de responder:
--?Y usted?...
Contesto con un movimiento de cabeza afirmativo, y Robledo hizo un
gesto de invitacion que pretendia decirle: "?Quiere usted que nos
vayamos?..." Pero los ojos melancolicos del desconocido parecieron
contestar: "Si yo pudiese marcharme... ique felicidad!"
--?Es usted de la casa?--pregunto al fin Robledo.
Y el otro, abriendo los brazos con una expresion de desaliento, dijo:
--Soy su dueno; soy el marido de la condesa Titonius.
Despues de tal revelacion, creyo oportuno Robledo abandonar su
asiento, guardandose el cigarro que iba a encender.
Al volver a los salones vio que todos aplaudian ruidosamente a la
poetisa, convencidos de que por el momento habia renunciado a decir
mas versos. Estrechaba efusivamente las manos tendidas hacia ella, y
luego se limpiaba el sudor de su frente, diciendo con voz languida:
--Voy a morir. La emocion... la fiebre del arte... Me han matado
ustedes al obligarme con sus ruegos insistentes a recitar mis versos.
Miro a un lado y a otro como si buscase a Robledo, y al descubrirle,
fue hacia el.
--Deme su brazo, heroe, y pasemos al _buffet_.
La mayor parte del publico no pudo ocultar su regocijo al ver que se
abria la puerta de la habitacion donde estaba instalada la mesa.
Muchos corrieron, atropellando a los demas, para entrar los primeros.
La Titonius, apoyada en un brazo del ingeniero, le miraba de muy
cerca con ojos de pasion.
--?Se ha fijado en mi poema _La aurora sonrosada del amor_!...
?Adivina usted en quien pensaba yo al recitar estos versos?
El volvio el rostro para evitar sus miradas ardientes, y al mismo
tiempo porque temia dar libre curso a la risa que le cosquille
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