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servido de introduccion a este bosquejo. EL RAQUERO I Antes que la moderna civilizacion en forma de locomotora asomara las narices a la puerta de esta capital; cuando el alipedo genio de la plaza, acostumbrado a vivir, como la pendola de un relo, entre dos puntos fijos, perdia el tino sacandole de una carreta de bueyes o de la bodega de un buque mercante; cuando su enlace con las artes y la industria le parecia una utopia, y un sueno el poder que algunos le atribuian de llevar la vida, el movimiento y la riqueza a un paramo desierto y miserable; cuando, desconociendo los tesoros que germinaban bajo su esteril caduceo, los cotizaba con dinero encima, sin reparar que sutiles zahories los atisbaban desde extranas naciones, y que mas tarde los habian de explotar con tan pinguee resultado, que con sus residuos habia de enriquecerse el; cuando miraba con incredula sonrisa arrojar pedruscos al fondo de la bahia; cuando, en fin, la aglomeracion de estos pedruscos aun no habia llegado a la superficie, ni el advertido que se trataba de improvisar un pueblo grande, bello y rico, el Muelle de las Naos, o como decia y sigue diciendo el vulgo, el _Muelle Anaos_, era una region de la que se hablaba en el centro de Santander como de Fernando Poo o del Cabo de Hornos. Confinado a un extremo de la poblacion y sin objeto ya para las faenas diarias del comercio, era el basurero, digamoslo asi, del Muelle nuevo y el cementerio de sus despojos. Muchos de mis lectores se acordaran, como yo me acuerdo, de su negro y desigual pavimento, de sus edificios que se reducian a cuatro o cinco fraguas mezquinas y algunas desvencijadas barracas que servian de depositos de alquitran y brea; de sus montones de escombros, anclotes, mastiles, maderas de todas especies y jarcia vieja; y, por ultimo, de los seres que respiraban constantemente su atmosfera pegajosa y denegrida siempre con el humo de las carenas. De nada de esto se habran olvidado, porque el Muelle de las Naos, efecto de su liberrimo gobierno, ha sido siempre, para los hijos de Santander, el teatro de sus proezas infantiles. Alli _se corria_ la catedra; alli se verificaban nuestros desafios a _trompada suelta_; alli nos familiarizabamos con los peligros de la mar; alli se desgarraban nuestros vestidos; alli quedaba nuestra ronosa moneda, despues de jugarla al _palmo_ o a la _rayuela_; alli, en una palabra, nos entregabamos de lleno a las exigencias de la edad, pues el bast
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