a semana y que el dividio en dos partes
iguales. Comiose la primera, y guardo la segunda en el pecho de su
camisa de bayeta verde. En seguida dio un par de chupadas a una punta
que hallo pegada a la testera del catre, mientras se amarraba con una
escota los enciclopedicos calzones a la cintura; oculto sus grenas bajo
la cuspide de un gorro catalan; y, por ultimo, lanzose calle abajo en
busca de aventuras, osado el continente, alegre la mirada, y tan lleno
de jubilo como pudiera estarlo, en un caso muy parecido, el famoso
manchego, si bien, a la inversa de este, no se le daba una higa porque
la posteridad recordase o no que ya el rubicundo Apolo extendia sus
dorados cabellos por la faz de la anchurosa tierra, cuando el, perdiendo
de vista su casa, comenzo a respirar los corrompidos aires de la
Darsena.
Llegado al gran teatro de sus futuras operaciones, su primer cuidado fue
buscar a la gente de su calana, a fin de orientarse mejor.
No tardaron en aparecersele media docena de raqueros que, por unica
bienvenida, le sacudieron tal descarga de coquetazos y de _pinas_, que
el pobre quedo tendido en el suelo, aunque sin extranarse de semejante
acogida, como no se extrana un novel academico, al ingresar en el seno
de la corporacion, del consabido elocuentisimo discurso que le dedican
los veteranos.
Pasada la cachetina y solo Cafetera, limpio con el gorro sus lagrimas de
coraje, y con la flema de un ingles recien llegado comenzo a reconocer
el terreno que pisaba.
Aburrido de pasear el Muelle en todas direcciones sin fruto alguno,
encendio en un tizon de una carena una colilla que hallo al paso, y se
sento a mirar como trabajaban los calafates.
Cuando noto que estos le habian vuelto la espalda y que la estopa y las
herramientas andaban al alcance de sus manos, virgen de toda nocion de
fueros de pertenencia, creyo lo mas natural del mundo trasladar al
insondable pecho de su camisa algunas libras de canamo y un escoplo;
hecho lo cual, por consejo de su prudencia levantose con sigilo e hizo
rumbo al polo opuesto.
Pensando estaba en lo que haria con el hallazgo, cuando topo con la
misma gente que poco antes le habia zurrado la badana: no hay necesidad
de decir que el novel raquero, a la vista del enemigo, se preparo a
virar en redondo; pero no le sirvio la maniobra. El jefe de los otros,
pillastre de patente, con mas asomos de bozo que de vergueenza y que se
llamaba _Pipa_, sacando por algunos hilos que se escapaban de l
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