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extremadamente grotescas. --Ahora que estamos solos--dijo--, espero que hablara usted con mas libertad, y vuelvo a hacerle la misma pregunta del otro dia: ?Que opina usted del amor? Quedo sorprendido Robledo, y al final balbuceo: --iOh, el amor!... Es una enfermedad... eso es: una enfermedad de la que vienen ocupandose las gentes hace miles de anos, sin saber en que consiste. La condesa se habia aproximado mucho a el, a causa de su miopia, prescindiendo del auxilio de unos impertinentes de concha que guardaba en su diestra. Inclinandose sobre el emballenado hemisferio de su vientre, casi juntaba su cara con la del hombre sentado a sus pies. --?Y cree usted--prosiguio--que un alma superior y mal comprendida, como la mia, podra encontrar alguna vez el alma hermana que le complete?... Robledo, que habia recobrado su tranquilidad, dijo gravemente: --Estoy seguro de ello... Pero todavia es usted joven y tiene tiempo para esperar. Tal fue su arrobamiento al oir esta respuesta, que acabo por acariciar el rostro de su acompanante con los lentes que tenia en una mano. --iOh, la galanteria espanola!... Pero separemonos; guardemos nuestro secreto ante un mundo que no puede comprendernos. Leo en sus ojos el deseo ardiente... icontengase ahora! Yo procurare que nuestras almas vuelvan a encontrarse con mas intimidad. En este momento es imposible... Los deberes sociales... las obligaciones de una duena de casa... Y despues de levantarse del sillon-trono con toda la pesadez de su volumen, se alejo imitando la ligereza de una nina, no sin enviar antes a Robledo un beso mudo con la punta de sus lentes. Desconcertado por esta agresividad pasional, y ofendido al mismo tiempo porque creia verse en una situacion grotesca, el ingeniero abandono igualmente el solitario gabinete. Al volver a los salones iba tan ofuscado, que casi derribo a un senor de reducida estatura, y este, a pesar del golpe recibido, hizo una reverencia murmurando excusas. Le vio despues yendo de un lado a otro, timido y humilde, vigilando a los servidores con unos ojos que parecian pedirles perdon, y cuidandose de volver a su sitio los muebles puestos en desorden por los invitados. Apenas le hablaba alguien, se apresuraba a contestar con grandes muestras de respeto, huyendo inmediatamente. La Titonius tenia en torno a ella un circulo de hombres, que eran en su mayor parte los jovenes de aspecto "artista" vistos por Robledo en la antesala. M
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